viernes, 31 de agosto de 2012

Capítulo 57: De películas, pisos y tías


La llegada a Londres no había sido en absoluto diferente a la llegada de los chicos a cualquier otro sitio: gritos, saludos con cara de niños buenos, fotos, unas cuantas declaraciones a la prensa y poco más. Después, por fin había llegado el ansiado momento de volver a casa. Si alguien le hubiera dicho a Gwen antes de empezar la gira que tendría tantas ganas de regresar, no se lo habría creído. No obstante, el contacto con la realidad de una gira y las locuras que les había tocado vivir, habían hecho que la chica, así como todos los demás, no viera el momento de volver a Inglaterra.

George y ella ni siquiera se habían molestado en deshacer las maletas: estaban demasiado cansados como para eso. Simplemente, se habían limitado a dejar los trastos en medio de la habitación y a bajar al jardín, donde se habían tumbado sobre el césped mientras disfrutaban de la paz y del silencio que les envolvían, algo que los dos necesitaban como el aire que respiraban.

No hacía ni diez minutos que estaban allí cuando, de repente, el teléfono de la casa empezó a sonar insistentemente. George, que hasta ese momento había permanecido con los ojos cerrados, los abrió de golpe y esbozó una mueca de fastidio. Habían roto aquel momento mágico.

-Creo que deberías ir a contestar.-le dijo ella sonriendo al ver su cara de pocos amigos.

-Supongo…-masculló él de mala gana.-Y espero que sea sumamente importante como par
a habernos molestado precisamente ahora.

El chico se puso en pie casi de un salto  y se encaminó hacia el interior de la casa, donde el teléfono seguía con su monótono sonido. Gwen volvió a cerrar los ojos a la vez que se preguntaba quién sería el que estaría llamando nada más acababan de regresar a la ciudad. No obstante, sus dudas se disiparon pronto al escuchar la voz de George responder un jovial “¡mamá!”, que hizo que a Gwen se le parara el corazón de repente. Y es que acababa de caer en la cuenta de aquel pequeño detalle: ya habían regresado a Londres y ella ni siquiera se había molestado en llamar a su casa para decir que habían llegado. Además, a aquellas horas toda Inglaterra sabría por los medios de comunicación que ya estaban allí, así que si no se apresuraba a llamar lo más pronto posible, la matarían.

Espero pacientemente a que George acabara de hablar con su familia y, justo cuando ya estaba empezando a impacientarse porque llevaba cerca de media hora colgado del teléfono, escuchó como el chico se despedía y colgaba con un sonoro golpe. Nada más oír eso, Gwen se apresuró a ponerse de pie y, casi en una carrera, entró en la casa.
-¿Adónde vas tan rápido?-le preguntó George divertido mientras se apartaba de su camino para evitar que chocara con él.

-¡Tengo que llamar a casa!-se limitó a contestar ella mientras descolgaba el teléfono y empezaba a marcar nerviosa los números.

Por toda respuesta, George soltó una risita mientras la observaba, aunque Gwen no le prestó la menor atención: estaba demasiado concentrada escuchando los tonos del teléfono, a la espera de que alguien respondiera al otro lado.

-¿Sí?-preguntó de repente la voz de su hermano.

-¡Josh!-exclamó ella contenta.

-¿Gwen? ¿Eres tú?

-¡Por supuesto que soy yo!-rio ella.-¿Cómo estás?

-¡Genial! ¿Y vosotros? Hace nada hemos visto por las noticias que habíais regresado a Londres. Mamá insistía en llamarte ya… No te imaginas lo pesada que se ha puesto con eso y…

La chica sonrió mientras Josh seguía hablando y hablando sin parar, prestando más atención a su leve cambio en la voz desde principios del verano que a lo que decía. Se estaba haciendo mayor. 

-¿Cuándo venís?-escuchó como preguntaba de repente Josh.-Ya tengo muchas ganas de verte… Bueno, y a George también.

-No lo sé…-contestó ella.-Acabamos de llegar a Londres y…

-Claro.-le cortó el chico.-Supongo que en nada también empiezas en la universidad y te querrás preparar el inicio de curso y todas esas cosas…

Gwen enmudeció de repente cuando escuchó la frase que su hermano pequeño acababa de pronunciar. La universidad. Era cierto, en pocos días iba a empezar y ella no había sido consciente de ello hasta ese momento. Y es que, la gira y todos sus problemas, la habían absorbido tanto que hasta se había olvidado de que, nada más regresaran, iba a empezar a estudiar Bellas Artes en la universidad, algo que siempre había deseado con todas sus fuerzas desde que tenía uso de razón.

-¿Gwen?-preguntó Josh al cabo de unos segundos.-¿Estás ahí?

-Sí, sí…-se apresuró a responder ella.-Claro, no sé cuando podré ir. Como dices, tengo que prepararme para el inicio de curso y debo ir a formalizar la matrícula antes de empezar las clases dentro de un par de semanas…

-Ya ves… ¡Qué rollo! Fin de las vacaciones…-masculló Josh.-Bueno, Gwen… Mamá quiere hablar contigo y si no suelto el teléfono, me lo quitará de las manos… Saluda a George de mi parte, ¿vale?

-Vale.-asintió ella.-Un abrazo, Josh.

-Adiós.

Y apenas su hermano había acabado de despedirse, escuchó la voz de su madre al otro lado de la línea.

-¡Gwen!-exclamó la mujer sin poder ocultar su alegría.-¡Por fin llamas! Estaba empezando a preocuparme ya…

-Hola mamá, ¿qué tal todo?

***********************************

-Por lo menos me podrías decir algo, ¿no?

-¿Y qué se supone que te tiene que decir?-le dijo Chris por detrás de él.

Paul dejó de mirar momentáneamente como Penny metía su ropa en silencio dentro de una gran maleta y se volvió hacia su hermana con cara de odio.

-¿Y tú qué haces aquí?-le preguntó de malas maneras.

-Vivo aquí, ¿te acuerdas?-le replicó ella esbozando una sonrisilla burlona.

-Pues muy bien, pero no te metas donde no te llaman.-bufó él enfadado.

-Sólo he subido para ayudar a Penny a recoger lo que es suyo.-contestó Chris encogiéndose de hombros y entrando definitivamente en la habitación que hasta hacía poco Paul había compartido con su novia.-Yo de ti bajaría abajo y me sentaría. Así no te cansas.

Paul soltó una maldición por lo bajo mientras su hermana empezaba a ayudar a Penny a doblar ropa y a meterla dentro de la maleta, pero no se movió ni un centímetro del marco de la puerta en donde estaba apoyado. Si aquellas dos creían que iban a echarlo de allí tan fácilmente, la llevaban clara. Permaneció allí cerca de un cuarto de hora más, observando en silencio como su propia hermana ayudaba a la que hasta entonces había sido su novia a preparar sus cosas para que lo abandonara definitivamente. ¿Cómo podía jugar tan sucio con él? Si tan mal consideraba que lo había hecho con Penny, al menos hubiera podido tener la delicadeza de no tomar partido tan descaradamente por ella. ¿Y Penny? ¿Qué podía hacer con ella? ¿Observar con impotencia como se marchaba definitivamente? Aquello era, simplemente, exasperante.

De repente, el sonido del teléfono le sacó de sus pensamientos. Miró hacia el interior de la habitación, hacia la mesita de noche donde descansaba el teléfono. Durante unos segundos, dudó en si entrar allí y romper el cerco imaginario que le separaba de las chicas para responder o bajar al salón y hacerlo desde allí. Pero… ¿qué puñetas? Aquella era su casa y tenía derecho a campar a sus anchas por ella, así que, sin dudarlo ni un segundo más, entró en la habitación con dos grandes zancadas y respondió al teléfono.

-¿Sí?

-Hola, Paul. Soy John. ¿Está Chris por ahí?

-Joder, Lennon… No hace ni una hora que no la ves y ya andas jodiendo…-masculló molesto al ver que no era para él.

-¿Está o no está?-le preguntó su amigo enfadado.

-Sí…-le contestó él en tono cansino.-Ahora te la paso.

Sin esperar siquiera a que John le dijera nada, dejó el auricular sobre la mesita y se volvió hacia Christine, que ya lo estaba mirando interrogante.

-John.-se limitó a decirle.-Quiere hablar contigo.

-Ireá abajo a hablar con él.-le respondió ella mientras ya se encaminaba hacia el pasillo.

Paul soltó un suspiro cuando se quedó de nuevo solo con Penny en la habitación. Esperó a escuchar el sonido de la voz de su hermana a través del auricular del teléfono que aún descansaba sobre la mesita, colgó y miró a Penny.

-Definitivamente no vas a hablarme, ¿no?-preguntó a la desesperada.-¿Ni siquiera vas a decirme adónde vas a ir?

La chica continuó metiendo ropa en la maleta en silencio, sin hacer ninguna señal de haberlo escuchado, ignorándolo por completo. Y entonces, dolido como pocas veces lo había estado en toda su vida, Paul le dedicó una última mirada y salió de la habitación arrastrando los pasos. Estaba claro que su presencia allí molestaba a la chica y él, en aquellos momentos, no tenía ni fuerzas ni ganas para jugar a ser el chico el chico insistente sabiendo que, por mucho que dijera o hiciera, no iba a conseguir absolutamente nada.

Sí, lo mejor sería que la dejara sola y que se fuera a dar un paseo que le ayudara a poner la mente en blanco.

**********************************

Esbozando una de sus sonrisillas de niña buena, aunque falsa, Chris se abrió paso entre el grupito de fans que se agolpaban en torno al piso de John. Pese a que pasó rápido, pudo observar las reacciones encontradas que provocó su presencia: algunas lanzaron risitas nerviosas y la saludaron incluso con cierta simpatía; las otras, la mayoría, se limitaron a lanzarle miradas penetrantes que a ella se le antojaron incluso de odio. Sonrió mientras entraba dentro de la finca. Le importaban muchísimo más las opiniones que tuvieran de ella otras personas antes que las de aquellas niñitas, aunque no dejaba de resultarle paradójico todo aquello.

Después de saludar escuetamente al portero, la chica subió hasta el primer piso y llamó al timbre de la casa de John.

-Hola, pequeña.-le saludó él con una sonrisa cuando abrió la puerta casi en el acto.

-Hola.-lo saludó ella antes de darle un suave beso en los labios.

John se hizo a un lado y la dejó pasar antes de cerrar la puerta tras ellos. 

-¿Qué te pasa?-le preguntó ella dedicándole una mirada confusa. John parecía pensativo.-¿A qué venían tantas prisas por hablar conmigo?

El chico lanzó un suspiro y se quedó mirándola durante unos segundos antes de contestar.

-Verás…-empezó a decir.-Quería hablar contigo porque quiero que veas una cosa que me han propuesto… Ven, entra al salón, te lo enseñaré.

Chris le lanzó una mirada extrañada y le siguió intrigada. No tenía ni idea de qué podía tratarse. Nada más entrar en el salón, John se dirigió hacia la mesa, agarró un cuaderno que descansaba sobre ella y se lo entregó a la chica. Christine miró la portada de aquel cuaderno. “Cómo gané la guerra”, rezaba el título. Sin esperarse a que John le explicara lo que era, lo abrió curiosa y empezó a ojear las páginas. Aquello, sin lugar a dudas, era un guión.

-Es una película de Dick.-le aclaró John mientras ella seguía mirando el guión.-De Dick Lester, ya sabes… Me ha pedido que haga el papel de Gripweed.

-¡Es genial!-exclamó Chris sonriente.

-No, no es genial.-dijo John con determinación.

-¿Es un mal papel?

-No, no… En realidad me gusta y el mensaje que tiene la película es genial…

-¿Y cuál es el problema entonces?-preguntó ella extrañada.-¿No te apetece?

-Bueno, sí…-contestó él dubitativo.-Podría ser un proyecto interesante… El problema es que el rodaje empieza ya.

-Y supongo que quieres unas vacaciones…

-Eso es lo de menos.-le contestó él.-Lo que verdaderamente me frena es que el rodaje será entre Alemania y España y que, si acepto, en cinco días debo plantarme en Alemania... Y.. bueno… Sabes que pronto hacemos un año juntos y…

Chris no pudo evitar esbozar una sonrisa tierna. Por supuesto que lo sabía. Dentro de pocos días, el 10 de septiembre, haría justo un año que habían empezado con aquel romance que en un principio le había parecido abocado al fracaso y que ahora le parecía tan sólido como el que más.

-Tenía pensado hacer una escapada los dos juntos…-continuó John con pesadumbre.-Y si acepto esto, estaré en pleno rodaje para entonces y…

Justo en aquel momento, Chris le calló con un beso que a John le pilló por sorpresa. Después, se separó de él unos centímetros y lo miró a los ojos.

-Vamos a ver, cabezón…-sonrió la chica.-Sé sincero. Si no fuera nuestro aniversario ni nada de eso… ¿Aceptarías el papel?

John dudó durante unos instantes.

-Creo que sí.-asintió finalmente sin dejar de mirarla  a los ojos.-Pero…

-Pero nada.-le interrumpió ella.-Si te apetece hacerlo, acéptalo, no seas tonto.

John se mantuvo en silencio durante unos segundos, meditando la respuesta.

-Sólo lo aceptaré con una condición.

-¿Y cuál es esa condición si puede saberse?-quiso saber Chris.

-Que te vengas conmigo.-le respondió él con determinación.-Que me acompañes, primero a Alemania y después a España. Así por lo menos pasaremos juntos nuestro aniversario… Incluso podría apañármelas para librar el día 10 y pasarlo contigo en algún sitio y…

-Para, para, para, John Lennon. No tan rápido.-le interrumpió ella separándose unos centímetros de él.-¿Qué dura el rodaje?

-No sé… En principio, hasta finales de octubre o principios de noviembre….-contestó él contrariado ante la reacción de la chica.

-¿Qué?-exclamó ella sorprendida.-Ni de coña, John. No puedo acompañarte y desaparecer de Londres dos meses.

-Pero… ¿por qué?

Chris soltó una risita indignada. ¿Cómo era capaz de preguntarle eso?

-Vamos a ver, John…-contestó intentando mantener la calma.-Empiezo el curso en la universidad en menos de dos semanas y no puedo desaparecerme durante dos meses… Eso, lo sabes, supondría perder el curso y…

-Idioteces.-le cortó él.-¿Perder el curso? ¡No me vengas con historias, Christie! ¿Desde cuándo se hace algo los primeros meses de clase, eh? Tú, mejor que nadie, sabes que lo que importa de verdad son los exámenes y no creo que de aquí a noviembre os pongan ninguno.

-Pero nos pueden poner trabajos y…

-Y se puede acabar el mundo mañana.-le cortó él enfadado.-Si no quieres acompañarme, sólo dímelo. Así llamo a Dick y le digo que se busque a otro.

Christine soltó un bufido, molesta. Se sentía tremendamente mal por dos razones: primero, porque sabía que en el fondo John tenía razón y, segundo y más importante, porque le daba mucha rabia la capacidad de manipular sus sentimientos que tenía él. Había aprendido a darle donde más le dolía y, pese a que ella muchas veces se mantenía firme en lo que decía, debía de reconocer que en la mayoría de ocasiones acababa cediendo ante sus chantajes emocionales. 

-No vayas por ahí, John.-le dijo ella secamente.-Sabes que sí que te quiero acompañar, pero no puedo, ¿lo entiendes?

-Vale, entendido.-contestó él relajando su tono de voz y esbozando una leve sonrisa.-Tienes tu vida, lo sé… Y no puedo pedirte que lo dejes todo durante dos meses…

-Es que entiéndelo, John… Tengo mis obligaciones y no quiero dejar la carrera…

-Y yo no quiero que la dejes, pequeña.-sonrió él.-Por eso ahora mismo voy a llamar a Dick y a decirle que no quiero ser Gripweed.

Christine miró estupefacta como John de dirigía hacia el teléfono y lo descolgaba. Justo en el momento en que él empezó a marcar el primero de los números, la chica reaccionó de repente. Con un fuerte suspiro, Chris, se acercó hacia donde estaba y, sin pensárselo dos veces, le arrebató el teléfono de las manos, enfadada.

-¿Qué haces?-le preguntó él contrariado.

-Evitar que hagas una gilipollez.-le contestó ella.-Quieres hacer esa película, ¿no? Pues hazla, joder.

-Lo que no quiero es estar sin verte dos meses. Así que a tomar por culo la película.

Chris se quedó mirándolo a los ojos durante unos segundos, debatiéndose entre si ceder ante él o no. John se mantuvo firme, clavándole sus ojillos empequeñecidos tras sus gruesas gafas. Y entonces, se desmoronó ante él. 

-Iré contigo.-dijo de repente sorprendiéndose a sí misma al escucharse pronunciar aquellas dos palabras.

John esbozó una sonrisilla triunfal que hizo que de repente Chris se diera cuenta de que, una vez más, había cedido ante sus trucos. Aquello le dio tantísima rabia que a punto estuvo de corregir sus palabras: le asustaba, y mucho, la capacidad que tenía de manejarla. No obstante, cuando ya estaba a punto de decirle que no iría, John la abrazó fuertemente y se fundió con ella en un intenso beso que hizo que a la chica se le olvidaran todos sus enfados.

-Te quiero, pequeña.-le susurró él separándose de ella mínimamente antes de empezar a cubrirle la cara de besos.-Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero…

-Me quieres porque siempre te sales con la tuya.-rió ella, aunque ya sin ningún deje de enfado en su voz.-Eres un liante, Lennon.

Él se limitó a soltar una risita y continuó besándola, esta vez empezando a descender peligrosamente por su cuello. No obstante, cuando ella ya estaba a punto de perder el control también, una idea le vino a la mente, una idea que, obviamente, le hizo poner los pies en el suelo de repente.

-John…-susurró.-Escucha…

-¿Qué?-masculló él con voz ronca sin dejar de besarla.

-Para un momento, cariño.-le dijo agarrándolo con suavidad del cabello y obligándolo a mirarla a los ojos.
-¿Ocurre algo?-quiso saber él sin entender muy bien aún el porqué de aquella interrupción.
-Sí, sí que ocurre.-sonrió ella acariciándole el pelo.-Si nos vamos a Alemania en cinco días… ¿Qué hay de Mimi?
-¿Mimi? ¿Qué pasa con Mimi?
-Le prometiste que iríamos a visitarla… Y de eso no hace ni una semana…-contestó Chris lanzando un suspiro.
-Supongo que podremos ir antes de largarnos, ¿no?-respondió él encogiéndose de hombros.
-Pero eso debe de ser ya…
-Pues ya.-contestó John como si aquello fuera lo más obvio del mundo.-¿Tienes algo que hacer a partir de mañana?
-¿Mañana?-preguntó ella con pánico.
John se limitó a asentir con la cabeza.
-No, creo que no…-contestó ella al fin.
-Después la llamo y le digo que llegaremos mañana por la tarde, ¿te parece?
-Vale…-masculló ella sin estar demasiado convencida por lo precipitado que era todo. Y es que, pese a que sabía que debían ir y que si no lo hacían aún sería peor, la idea de ir a Sandbanks con Mimi la aterraba.
-Perfecto.-sonrió John, que si había adivinado sus dudas había hecho como si no se hubiera percatado de nada.-Después hablaré con ella, pero antes… Creo que tú y yo, niña mala, tenemos algo pendiente…
Y dicho esto, John volvió a retomar su sesión de besos por donde se había quedado haciendo, una vez más, que Chris volviera a olvidar de repente todas sus preocupaciones.
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-Buen barrio y buena zona, sin duda. ¿Se traslada aquí, señorita?
-Sí.
El taxista, un hombre que ya debía pasar de los cincuenta y que tenía una barriga igual de grande que sus ganas de hablar, dibujó una enorme sonrisa que Penny pudo ver a través del espejo retrovisor.
-Le ayudaré a bajar sus cosas del maletero.
Penny asintió con la cabeza mientras le ponía la correa a Bonnie, su perra, que había permanecido tranquila durante todo el viaje a su lado. Después, casi a la misma vez que el taxista, salió del coche.
-Si quiere puedo llevarle las maletas hasta la puerta de su apartamento, señorita.-se ofreció el hombre mientras empezaba a descargar trastos y a dejarlos en el suelo.
-No creo que sea necesario, señor.-dijo de repente una voz masculina, grave, por detrás.-Ya le ayudo yo.
Penny se volvió nada más reconocer la voz de Ringo y sonrió. Pese a que fuera disfrazado con una burda barba postiza, ella ya había convivido lo suficiente con ellos durante ese verano como para conocerlos pese a que intentaran camuflarse.
-Como quieran.-contestó el taxista sonriente.
Sin muchas más contemplaciones, la chica le pagó el viaje al taxista cuando acabó de sacar sus cosas del vehículo y se despidió de él con una sonrisa.
-Creo que ni te ha reconocido.-dijo Ringo cuando arrancó y se marchó de allí.
-No lo sé… Si lo ha hecho, ha disimulado muy bien.
-Mejor así.-sentenció el chico mientras agarraba los trastos de Penny que aún descansaban sobre la acera, después, mirando a Bonnie, añadió:-¿Es tuya?
-Sí… Se llama Bonnie. Es la madre de la perrita de… Bueno, ya sabes. Espero que no te importe que la tenga en tu apartamento.
-¡Qué va! Me encantan los perros. Además, jamás impediría a nadie tener animales en el sitio en donde va a vivir. Todo el mundo tiene derecho a una mascota, ¿no?
Los dos se encaminaron hacia el edificio en el que estaba el apartamento que hasta hacía muy poco había ocupado Mary.
-No has venido nunca aquí antes, ¿verdad?-preguntó Ringo.
Penny negó con la cabeza.
-Supongo que te gustará. A todos les mola esto… Supongo que debe ser por el sitio en donde está… Los chicos han insistido en alquilármelo más de una vez, pero siempre les he mandado a freír espárragos.
-¿Y ahora me lo alquilas a mí?
-Lo tuyo es diferente… Sé que ellos usarían esto para hacer fiestas o cosas raras y me lo destrozarían en dos días… Supongo que tú no eres tan bestia como ellos.-sonrió Ringo metiendo la llave en la puerta.-¿Entramos?
A Penny no le dio tiempo a ver nada cuando Ringo abrió la puerta pues, como si de un torbellino se tratara, Mary se abalanzó encima de ella para darle un gran abrazo.
-¡Qué bien que estás aquí!-exclamó la chica entusiasmada, un entusiasmo que Penny no compartía en absoluto, a decir verdad.-Ven conmigo, te enseñaré como es esto… Estoy acabando de recoger mis cosas y cuando lo tenga… ¡esta casa es toda tuya!
Penny sólo pudo esbozar una media sonrisa a la vez que se dejaba guiar por Mary hacia el interior de aquel apartamento que verdaderamente la cautivó. Aquello era, simplemente, perfecto. Lo único que hacía de aquel momento algo malo, eran las circunstancias por las cuales Penny había acabado allí. Y es que, en aquellos instantes, Penny hubiera deseado antes vivir en un piso de protección oficial del extrarradio y estar feliz a estar allí, en un piso en pleno centro de Londres, de lujo, pero sintiéndose traicionada y humillada como nunca antes lo había estado en toda su vida.

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Gwen había llegado temprano al edificio que albergaba la Secretaría de la Universidad. No le apetecía hacer cola para rellenar los papeles de matrícula y, además, teniendo en cuenta que ya era prácticamente un personaje público dada su relación con George, no le apetecía tener que aguantar miradas penetrantes o acosos directos por parte de los demás estudiantes que probablemente acudirían allí para lo mismo que ella a lo largo de la mañana.
No obstante, su idea inicial de formalizar la matrícula rápido y no encontrarse con casi nadie se habían visto truncadas por completo cuando una mujer agria y avinagrada como ella sola le había hecho regresar a casa a por el documento que acreditaba su nota media durante sus años de instituto. Irritada, pues aquella nota aparecía también muy claramente en el documento en el que figuraban los resultados que había obtenido en las pruebas de acceso a la Universidad, a Gwen le había tocado volver a casa. Lo peor de todo había sido que, aunque hubiera registrado toda la casa histérica perdida junto a George, cuya parsimonia le había hecho perder más los nervios, no había encontrado el dichoso papel, así que le había tocado acudir a la Escuela de Arte en donde había estado estudiando hasta el curso anterior y solicitarlo.
-De acuerdo.-le había dicho la secretaria del instituto cuando Gwen le dijo lo que quería.-Pásate mañana a estas horas y tendrás ese papel.
Aquello había sido la gota que colmaba el vaso. Esas palabras habían hecho que la pacífica Gwendolyn Montrose perdiera los estribos por completo y le exigiera a la secretaria, casi de malos modos, que le diera aquello YA. Quizás porque no quería líos antes de empezar siquiera el curso, o quizás porque en el fondo la pobre Gwen le daba lástima, la secretaria accedió a prepararle aquel documento en el acto sin rechistar demasiado y, después de salir del despacho para buscar al director y al jefe de estudios para que le firmaran el papel, se lo había dado a Gwen.
Y allí estaba ella, casi a las doce y media de la mañana, haciendo cola en la secretaría de la universidad para entregar el maldito documento que no servía para nada, enfadada y nerviosa. Lo único que la estaba salvando del ataque de histeria en esos momentos era que a su alrededor en la cola sólo había chicos, chicos que, obviamente, no parecieron reconocerla. Por lo menos no estaba rodeada de chicas histéricas o incluso medio locas que la identificaran  en cuestión de milésimas de segundo como a la novia de George Harrison.
-Buenos días.-masculló la chica una vez llegó delante de la secretaria que horas antes le había hecho volver a casa.-O buenas tardes.
-Hola.-dijo la mujer.-Siéntate.
Al contrario que los demás, Gwen, que ya lo tenía todo cumplimentado desde esa mañana, tardó muy poco. A fin de cuentas, sólo tenía que entregar aquel maldito papelito que tantos dolores de cabeza le había dado. Después, se levantó de allí, muchísimo menos enfadada y sintiéndose inmensamente libre. Incluso podría decirse que Gwen estaba contenta en aquellos momentos porque acababa de iniciar formalmente una nueva etapa en su vida, una nueva etapa en la que sólo iba a dedicarse a lo que más le gustaba: la pintura.
Salió del edificio de la universidad con la cabeza gacha y se dirigió hacia la callejuela en donde George había aparcado y la estaba esperando desde hacía un buen rato. Y entonces, cuando estaba a punto de girar la esquina de la calle en donde estaba el coche, lo notó. Se giró disimuladamente y las miró de reojo. Efectivamente, un grupito de chicas de más o menos su edad a las que ya había visto fugazmente cuando había salido de la Secretaría, iban caminando unos pocos metros por detrás de ella. ¿La estaban siguiendo? La chica agitó la cabeza levemente, intentando dejar de pensar en aquello. “Estás paranoica”, se dijo a sí misma, “¿cómo van a seguirte?”. No obstante, pese al esfuerzo por autoconvencerse de que no era así, Gwen decidió no ir directamente hacia el coche de George. Casi en un gesto brusco, la chica se detuvo delante del primer escaparate que vio y fingió mirarlo con detenimiento. Bufó levemente al comprobare que se acababa de parar delante de una tienda de ropa de hombre y miró hacia las chicas: al igual que ella, las chicas se habían parado de repente también, ellas delante de una tienda de ropa infantil. Aquello era demasiada coincidencia. Quizás, a fin de cuentas, no estuviera tan paranoica como creía…
-Mierda…-susurró para sí misma.
¿Qué podía hacer con aquellas locas pisándole los talones? Una cosa tenía clara, no pensaba llevarlas hasta donde George la estaba esperando. Miró a su alrededor, agobiada y sin saber adónde ir, y empezó a caminar decidida hacia adelante. Volvió a girarse durante unos segundos. Las chicas parecían no haberse dado cuenta de que había empezado a caminar: era la oportunidad perfecta para escabullirse de ellas. Pero… ¿dónde? La calle era recta y no había cerca ninguna otra callejuela donde poder girar. Y entonces, justo delante de sus narices, vio aquella parada de metro. La chica sonrió. Conocía aquella parada justo porque era una en donde confluían tres de las líneas de metro más transitadas de la ciudad. Si se metía allí era casi imposible que supieran hacia donde había ido. Y así, sin pensárselo dos veces, Gwen bajó como una exhalación las escaleras dispuesta a pillar el primer tren que llegara.
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-¡¿Pero tú tienes idea de lo que has hecho?!-exclamó George furioso.-¡Estaba padeciendo por ti! ¡Pensé que te había pasado algo o…!
Gwen agachó la cabeza avergonzada. Por supuesto que tenía idea de lo que había hecho: se había dejado a George plantado, esperándola en el coche en vano durante más de una hora desde que ella hubiera decidido, en una reacción un tanto infantil, regresar a su casa en metro y en autobús.
-Lo siento.-susurró ella con un hilillo de voz.-Me he agobiado por lo de esas fans que te he dicho y…
George se acercó hacia ella y la miró para, inmediatamente, relajar su expresión severa.
-Las fans no muerden, Gwen.-le dijo pasándole una mano por la mejilla.-Te tendrás que acostumbrar a todo esto… Siento que estar conmigo te reporte estos dolores de cabeza, pero… Es lo que hay. Ojalá pudiera cambiarlo, pero no puedo, las cosas son como son.
La chica esbozó una sonrisa, aliviada porque a George parecía que el enfado inicial con el que había entrado en casa se le estaba pasando por momentos.
-Tú no tienes la culpa de nada, George. Cuando acepté salir contigo sabía a lo que me exponía así que, como tú dices, me tendré que acostumbrar… Aun así, perdona por haberte hecho esto… Me agobié.
-Ya. Últimamente andas muy nerviosa con todo…
-Supongo que es porque he tomado consciencia de que en nada empiezo la universidad. Debe de ser normal, ¿no?
-No lo sé.-le contestó él encogiéndose de hombros.-Jamás fui a ese lugar. Aun así… Creo que deberías de tranquilizarte un poco o acabarás de los nervios.
La chica soltó un suspiro.
-Sí, claro…-masculló.-Es muy fácil de decir.
-Y también de hacer, si te lo propones.-le contestó el chico.-Ven conmigo, te enseñaré algo que a mí me ayuda mucho cuando me agobio.
Sin esperar siquiera a que ella le contestara, salió del salón y se encaminó escaleras arriba. Gwen le siguió, silenciosa e intrigada a la vez. George entró dentro de la habitación que usaba para meter allí de todo, desde guitarras, juguetes tontos o libros, y se detuvo delante de una estantería.
-¿Dónde lo he dejado?-susurró para sí mismo mientras pasaba el dedo por encima de los lomos de los libros que había en el segundo estante.-¡Aquí estás!
George sacó un librito pequeño, casi de bolsillo, de tapas blandas y tan manoseado que parecía que hubiera pasado por una decena de dueños antes de llegar allí.
-¿Qué es eso?-preguntó Gwen dedicándole una mirada extrañada a su novio.
-Un libro.
-Eso ya lo veo, graciosillo.
George soltó una risita divertido.
-Me lo dio Barry el año pasado.-aclaró George.-Te enseña a relajarte cuando estás agobiado y…
-¿Me estás dando un libro de autoayuda como si estuviera loca?
Otra vez, George rió, ahora con una sonora carcajada.
-Si leer esto supone estar loco, yo, con las veces que lo he leído, debo estar para que me encierren  en un manicomio.–dijo.-En realidad es un libro hindú. Te da unas pautas básicas de meditación para relajarse… A mí me funciona. Si quieres, échale una ojeada.
-No sé…-masculló la chica agarrando el librito con cierto reparo.-A mí todo esto me suena a cuento chino.
-Bueno, léelo y ya me dices después…
-Que conste que sólo lo haré porque tú me los has pedido.
-Como quieras.-sonrió él.-Pero después quiero que me digas que te ha parecido, con sinceridad.
-Si quieres te lo digo desde ya: un rollo.
-Cuando acabes de leerlo.-rió él.-Y con sinceridad.
-A sus órdenes, Harrison.-le replicó ella divertida.-Cuando acabe te haré un trabajo sobre el libro con valoración personal justificada, ¿contento?
-No sabes cuánto…
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-¿Esto de hacer maletas se ha convertido en una moda o algo por el estilo?
Christine esbozó una sonrisilla y se volvió hacia su hermano, que la miraba con cara de no entender lo que estaba ocurriendo desde el pasillo.
-Todo el mundo quiere huir de ti, gusano.-bromeó ella, aunque se arrepintió casi en el acto cuando vio la cara que puso Paul. Aquello, sin pretenderlo, había sido un golpe bajo.-Estoy recogiendo cuatro cosas porque John pasará por mí en un rato. Nos vamos a Sandbanks.
Cuando escuchó aquellas últimas palabras, Paul esbozó una sonrisilla burlona que no consiguió enmascarar del todo su gesto aún apesadumbrado por lo de Penny, cosa que hizo que a Chris su hermano mayor le diera pena de verdad por primera vez desde que se había enterado que su novia y él habían terminado.
-¿Vais a visitar a Mimi?-preguntó el chico al fin.
-Sí. Creo que ya va siendo hora. Sabe que estoy con John desde primavera y además, él le había prometido que iríamos cuando regresáramos de Estados Unidos.
-Pues buena suerte.-dijo Paul.-Mimi es un hueso duro de roer y no le gusta absolutamente nadie que vaya con John. No creo que tú seas la excepción.
-Muchas gracias por los ánimos, imbécil.-le respondió ella con rabia olvidando de repente que instantes antes su hermano le había provocado lástima.
Con un gesto brusco, la chica se volvió de nuevo hacia su maleta y continuó metiendo cosas allí, enfurruñada.
-No te enfades, enana…-le dijo Paul acercándose a ella.-Sólo te estaba avisando. Tú también sabes como es Mimi aunque no la conozcas bien, ¿no?
-Déjame estar, Paul. Tengo prisa.
-O sea, que de repente me quedo aquí solo de nuevo…-masculló Paul mirándola sin hacer caso de lo que ella le acababa de decir.-Menos mal que lo tuyo es solo por unos días… Lo cierto es que ahora no me apetece estar mucho tiempo solo…
Sintiéndose como si de repente alguien le hubiera clavado un cuchillo por la espalda, Chris paró de golpe de hacer su maleta y se giró de nuevo para mirar a Paul.
-¿Qué pasa?-quiso saber él.-No me digas que ahora tú también te vas a vivir sola o, lo que es peor, con John…
Christine agarró aire antes de contestar. Hasta ese momento había estado tan enfadada con Paul que ni siquiera se le había pasado por la cabeza que pudiera estar pasándolo mal y la pudiera necesitar justo en el momento en el que ella acababa de aceptar la propuesta de largarse dos meses con John por lo de la película.
-Verás… No es nada de eso…
-¿Y entonces?
-Cuando volvamos de Sandbanks, John y yo nos vamos a Alemania.
-¿A Alemania?-repitió Paul incrédulo.-¿Qué se os ha perdido a vosotros en Alemania?
-Richard Lester le ha propuesto a John un papel para una película suya. A él le hace ilusión y me ha pedido que le acompañe.
-Y tú has aceptado.-bufó Paul.
-Sí.-confirmó ella.-Y después acabarán de rodarla en España.
-Y obviamente tú también lo acompañarás.-le interrumpió Paul.-¿Cuándo os vais?
-De aquí en cuatro días.
-¿Y cuánto tiempo vais a estar fuera?
-No sé…-contestó ella.-Quizás un par de meses, no lo sabemos a ciencia cierta.
Paul volvió a soltar otro bufido de fastidio a la vez que se apoyaba contra la pared de la habitación. Chris lo miró, sopesando qué era lo que podía decir a continuación.
-¿Y qué hay de la universidad?-preguntó él al cabo de unos segundos de incómodo silencio.-¿Vas a dejarlo? ¿Por una puta película que ni siquiera te afecta?
-Paul, no empieces…-le contestó ella haciendo un colosal esfuerzo por mantener la calma. La verdad era que en aquellos momentos ni tenía tiempo ni le apetecía iniciar una discusión con Paul.-No voy a dejarlo. Es principio de curso, nunca hacemos nada. Después podré ponerme al día enseguida y…
-Cuando me enteré de que estabas con John te pedí por favor que no te convirtieras en la nueva Cynthia, ¿te acuerdas?-la interrumpió él bruscamente.-Veo que no entendiste a lo que me refería, o si lo entendiste, no me hiciste caso.
-¿Qué?
-Que te has convertido en algo mucho peor. Eres su maldito títere. Haces todo lo que él dice que hagas. ¿Dónde está la rebelde de mi hermana?
-Lo que hago lo hago porque quiero, no porque él me lo pida.-le contestó ella cerrando de golpe la maleta.-Y quizás sea porque él sí me conoce y me propone cosas que sí que me apetece hacer, ¿te enteras?
-Me entero perfectamente, hermanita. Más de lo que te imaginas…
Justo en ese momento, cuando Chris iba a responderle a gritos, el timbre de la casa sonó. Era John, de eso no cabía ninguna duda, así que, dispuesta a no perder ni un segundo más con el idiota de su hermano, con el que volvía estar furiosa, se colgó el bolso que descansaba sobre la cama, agarró fuertemente la maleta recién hecha y salió de la habitación con pasos decididos.
-¿Te ayudo con eso?-le preguntó su hermano por detrás.
-¡Métete tu ayuda por donde te quepa!-exclamó ella ya empezando a bajar las escaleras.-¡Y no hace falta que bajes a despedirte, imbécil!
Sin ni siquiera volverse para ver si Paul la seguía o no, Chris abrió la puerta de la casa y esbozó una media sonrisa al ver que efectivamente sí que era John.
-¿Preparada?-preguntó él cuando la vio.-¿Qué es esa cara? ¿Va todo bien?
-Por supuesto que va todo bien.-le contestó ella mientras intentando disimular su enfado.-Vámonos.
Por toda respuesta, John le dedicó una sonrisa y  le agarró la maleta de las manos. Los dos se dirigieron hacia el Ferrari de John, aparcado justo delante de la casa, en donde incombustiblemente se apelotonaban unas cuantas chicas que se quedaron mirándolos a los dos con curiosidad, quizás preguntándose adónde irían.
Después de hacer unas cuantas bromas sobre el peso de la maleta de la chica, se metieron en el coche y se pusieron en marcha. Al principio, los dos charlaban animadamente, sobre todo ella, que se había empeñado en olvidar el cabreo con su hermano a base de hablar y hablar con John, que conducía con su brusquedad habitual mientras fumaba un cigarrillo tras otro y le reía las gracias. No obstante, poco a poco, a medida que se alejaban de Londres, Chris fue poniéndose más nerviosa e irremediablemente sus ganas de hablar cesaron. Ni siquiera los comentarios de John, que normalmente le provocaban hilarantes ataques de risa, le hacían gracia, aunque, obviamente, se encargaba de forzar risitas falsas de cuando en cuando. Y es que, pese a que ella estaba nerviosa, John parecía estar de lo más feliz y ella no quería estropearle aquel momento.
En un momento determinado en el que los dos dejaron de hablar durante unos instantes, Christine apoyó la cabeza sobre el cristal de su ventanilla y cerró los ojos, pensativa. ¿Qué pasaría si como Paul había predicho ella no le gustaba a Mimi? No lo sabía, pero lo cierto era que tenía la horrible sensación de que aquel vaticinio se iba a cumplir más aun teniendo en cuenta que los rumores sobre que ella y John estaban juntos desde antes del divorcio habían llegado a los oídos de la mujer. Ojalá Mimi no la viera sólo como a la amante de su sobrino cabeza loca…
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El leve contacto de la mano de John sobre su hombro la despertó de repente. Sobresaltada porque ni siquiera era consciente de que se había quedado dormida durante el viaje, la chica se irguió y miró a su novio.
-Hemos llegado.-dijo él casi en un susurro.
Chris miró a su alrededor y vio la gran casa delante de la que estaban aparcados.
-¿Te gusta? –preguntó John mientras salían del coche.-Se la compré el año pasado… No la quería, ¿puedes creértelo? Pero le dije que si no la quería para ella iba a comprarla para mí igual y se convenció…
Chris esbozó una leve sonrisa, sin saber qué decir. Lo cierto era que se había quedado sin palabras. Ahora empezaba a entender a toda esa gente que se ponía de los nervios cuando iba a visitar a los suegros por primera vez…
-Ella es así, puede parecer muy seca al principio, pero es buena mujer.-añadió John como si hubiera adivinado lo que ella estaba pensando.
Los dos se dirigieron hacia la entrada de la casa y, antes incluso de que llegaran hasta allí, la puerta se abrió y apareció Mimi. Chris la miró. Sólo la había visto un par de veces en toda su vida, pero a diferencia de unas pocas arrugas más que surcaban su rostro, estaba exactamente igual que la recordaba. Aquella mujer se conservaba muy bien o, quizás, era su expresión severa aun cuando sonreía lo que le confería ese aire intemporal.
-¡Mimi!-exclamó John nada más la vio.
-¡Hola Johnny!-le respondió la mujer mientras se acercaban hacia ella.
John se acercó y le dio un beso en la mejilla. La mujer esbozó una sonrisa que no podía esconder su alegría por más que lo intentara y, a continuación, se volvió hacia su sobrino y hundió la mano en su pelo.
-¡Oh, por favor!-exclamó dándole un ligero tirón a uno de sus mechones.-¡De cada día tienes estos pelos más largos! ¡Por el amor de Dios, córtate eso! ¡Pareces un vagabundo!
-Me alegra ver que hay cosas que nunca cambian.-rio John.
Y justo cuando aquella escena familiar estaba empezando a hacerle olvidar a Chris que en realidad aquella visita tenía como principal fin que Mimi la conociera, la mujer se volvió hacia ella y le dedicó una mirada glacial. Automáticamente, como si aquello fuera el arma más potente del mundo, la chica esbozó la mejor de sus sonrisas inocentes, una de esas sonrisas que siempre le servían para conseguir todo lo que quería.
-Tú debes de ser la famosa Christine, ¿no?-dijo Mimi, que había cambiado su gesto serio por otro más cortés, aunque tan fingido que para la chica resultaba igual de desconcertante.
-Sí.-respondió ella afablemente.-Soy Chris. Un placer, señora Smith.
-Oh, por favor, llámame Mimi.-respondió la mujer en un tono incluso algo despectivo.
-¡Bien! ¡Pues ya os conocéis!-exclamó John a su lado, contento como un niño pequeño.-Ahora entremos dentro, me van a salir raíces aquí en el portal.
-John, no seas grosero.-le reprendió su tía.
Sin más, los tres entraron en el interior de la casa. Sólo con un vistazo, a Chris le bastó para entender por qué John se había enamorado de aquel lugar. Era luminosa, bien amueblada y desde casi todas las ventanas se podía ver el mar, aún tranquilo y apetecible en esas épocas del año.
-¿Tienes hambre, John?-preguntó Mimi mientras entraban en el salón.-He preparado ese pastel de carne que tanto te gusta, ¿recuerdas?
-Como para no recordarlo.-sonrió él.
-Espero que a la chica también le guste.-comentó la mujer.
-Por supuesto que me gusta.-se apresuró a contestar ella antes de que John lo hiciera. En los escasos minutos que llevaban allí, a Chris no se le había pasado por alto que Mimi  evitaba dirigirse directamente a ella. ¿Hostilidad, quizás?
La mujer esbozó una sonrisilla a la vez que asentía.
-Perfecto. Además, ya es hora de cenar. Iré a poner la mesa mientras vosotros dejáis las cosas arriba.
Y dicho esto, la mujer desapareció de nuevo por la puerta del comedor, en dirección a la cocina.
-¿Ves? No es tan terrible…-le susurró John cuando se quedaron solos.-¿Vamos arriba?
Chris asintió a la vez que pensaba en las palabras de John. Quizás no fuera tan terrible para él, pero la enemistad patente que sentía la mujer hacia ella hacía que Christine McCartney, en aquellos momentos, opinara precisamente todo lo contrario. Sí, aquello era terrible y, al parecer, tenía un par de días por delante francamente incómodos.
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Paul no paraba de darle vueltas a todo. Parecía casi imposible que en una misma cabeza tuviesen cabida tantísimas cosas, pero así era. Y es que aparte de lo de Penny, que debía de reconocer que le ocupaba prácticamente el noventa por ciento de sus pensamientos, estaba todo lo demás. El nuevo proyecto, del que aún no había comentado nada con los demás, continuaba cobrando fuerza y solidez dentro de su cabeza, incluso había pasado de parecerle una idea absurda y descabellada a una idea genial. Y por lo demás, estaba el tema de su hermana. John la había cambiado, la estaba cambiando. No podía decir a ciencia cierta en qué sentidos, pero sí lo estaba haciendo. Lo notaba. Toda aquella complicidad que había existido hasta hacía sólo un año entre los dos, se había esfumado y ahora, aunque seguían llevándose bien, su relación no dejaba de estar basada en simples cordialidades. Las conversaciones largas entre los dos, las bromas… Aquello prácticamente había desaparecido. Y sí, él asumía su parte de culpa, quizás él tampoco había puesto demasiado de su parte para que todo aquello continuara. No obstante, a ella eso parecía no importarle. Estaba demasiado absorta con lo que estaba viviendo como para preocuparse por su hermano y Paul no podía dejar de sentirse impotente cuando intentaba acercarse a Christine y comprobaba que toda su cosmología, todo su mundo, giraba en torno a una misma cosa: John.  
Y no era sólo su relación de hermanos, había algo más. La contestona Christine, la indomable, había sido domesticada por la persona que menos convenía que lo hiciera. ¿Qué había de sus proyectos, de sus ilusiones, de sus metas? Aún la recordaba al acabar el instituto. “Estudiaré historia, es lo que me gusta”, les había dicho a su familia. Y se había mostrado ilusionada con la idea, convencida de que ella quería hacer eso. Y ahora… ¿ahora qué? Estaba dispuesta a tirar por la borda sus ilusiones sólo porque a John se le antojara. Lo peor de todo es que ella parecía no ser consciente de ello, que incluso parecía estar contenta con la idea. Pero a él, que lo veía desde fuera y los conocía bien, demasiado bien, a los dos, aquello no le hacía ni la más mínima gracia. Sabía lo acaparador que podía llegar a ser John y sabía, también, que Chris era una cabezota dispuesta a hacer hasta la cosa más inverosímil y más perjudicial para ella sólo por contentar a alguien a quien quería.
Sin saber muy bien como, de repente, Paul se encontró dentro de la habitación de su hermana y sonrió al pensar en lo caprichoso que podía ser a veces el subconsciente de uno. Estaba pensando en ella y se había metido allí dentro sin ni siquiera darse cuenta. Iba a salir sin más, cuando de repente vio aquel sobre marrón sobre el escritorio. Aquello parecía algo oficial y, presa de la curiosidad, Paul se acercó hacia allí para ver que era aquello.
-Oh, mierda…-masculló cuando lo alzó entre sus manos y comprobó que se trataba del sobre de la matrícula para la universidad, que lucía un llamativo letrero que decía “A presentar el día 3 de septiembre”, o sea, al día siguiente.
De haber tenido el teléfono de casa de Mimi a mano, Paul hubiera llamado sólo para decirle a su hermana lo estúpida y lo inconsciente que era por largarse de Londres justo el día en el que tenía que entregar la matrícula para el curso siguiente. No obstante, aquello no era posible, así que, rápidamente, Paul analizó todas las cosas factibles que podía hacer. Descartó inmediatamente el ir él mismo a entregar el sobre, más que nada por evitar el alboroto que supondría que se dejase ver por la universidad, repleta de fans por todos los lados, y decidió enviar a alguien que lo hiciera por él… ¿pero quién? Y entonces, irremediablemente, pensó en ella. Sí, era perfecto. Al fin y al cabo, Mary y Chris eran compañeras de clase e incluso era probable que la propia Mary tuviese que matricularse el mismo día que ella, así que, sin pensárselo dos veces, Paul buscó en su agenda el teléfono del piso de Mary y marcó el número.
-¿Sí?
Cuando escuchó aquella voz responder al teléfono, Paul notó como la sangre se le helaba en las venas. No podía ser…
-¿Sí? ¿Oiga? ¿Quién es?-insistió de nuevo aquella voz que a él se le hacía tan dolorosamente conocida.
-¿P..P..P…Penny?-balbuceó él al cabo de unos segundos, cuando fue capaz de volver a articular palabra.
Un silencio absoluto se hizo al otro lado de la línea. Al parecer, ella también había reconocido su voz.
-¿Penny?-insistió.
Pero de nuevo hubo un silencio.
-¿Qué haces ahí? ¿Qué..?
-Vivo aquí, Paul.-le contestó la chica al fin, seca.
-¿Te estás quedando con Mary?
-No. Mary se ha ido hoy mismo a casa de Ringo, por si no te acordabas.
-¿Y…?
-He alquilado el piso.-le contestó ella antes incluso de que él pudiera articular la pregunta.-Y ahora, si me disculpas, he de colgar. Te agradecería que no me volvieras a molestar.
A Paul ni siquiera le dio tiempo a decirle adiós antes de que ella colgara con un seco “clack” que a él le sonó infernal. Después, con el teléfono aún en la mano, fue asimilando lo que acababa de escuchar: Ringo le había alquilado el piso a Penny y ni siquiera le había dicho nada, a sabiendas de que él lo estaba pasando realmente mal por no conocer el paradero de la chica. Con la sangre hirviéndole en las venas de pura rabia, Paul volvió a descolgar el auricular y marcó, ahora sí, el teléfono de casa de su “amigo”.
-Hola, Paul.-le contestó una risueña Mary cuando él le preguntó por Ringo.-Sí, sí, ahora se pone. Por cierto, supongo que Chris te lo habrá dicho, pero quedé con ella en que mañana me pasaría a por su sobre de matrícula. Como ella no está, lo entregaré yo de su parte.
-Sí, vale.-masculló Paul entre dientes, que había hasta olvidado que quería hablar con Mary precisamente por ese motivo.
-¿Paul? ¡Hola, tío! ¿Qué tal?-dijo de repente la voz de Ringo al otro lado con una jovialidad que hizo que él perdiera los papeles por completo.
-¿Que qué tal?-le gritó.-¿Cómo tienes la cara dura de preguntarme eso?
-¿Perdona?
-¿Cuándo pensabas decirme que le has alquilado el piso a Penny, eh?-le espetó él.
-Oh, vaya…-titubeó Ringo.-Yo no… Sabía que acabarías enterándote, pero entiéndeme, ella y Mary me pidieron que no te comentara nada hasta que las cosas estuvieran… no sé… más normalizadas… Lo siento, tío.
-¿Cómo has podido?-le preguntó indignado.
-Joder, Paul… Penny es nuestra amiga y necesitaba un sitio donde quedarse y…
-Error, Starkey.-le cortó Paul bruscamente.-Penny no es tu amiga, era la novia de tu amigo, si es que sigo siendo eso para ti.
-Oye, Paul, no me jodas… Estás sacando las cosas de quicio. No te hace ningún mal que ella esté allí, ¿no? Pues entonces…
-¿Entonces qué?
-Pues que te tendrás que hacer a la idea Paul.
-¡¿Pero qué coño dices?!
-Lo que has oído, Macca. Y ahora, lo siento, voy a colgarte, tenemos la cena en la mesa. Cuando te relajes, llama si quieres, pero no me llames otra vez montando un espectáculo barato, ¿vale?
Y por primera vez en toda su vida, a Paul McCartney le colgaron el teléfono por segunda vez consecutiva.
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El día que había pasado en Sandbanks había sido asquerosamente insoportable. La hostilidad de Mimi hacia ella continuaba igual de patente, aunque era tan disimulada que John ni siquiera se había dado cuenta. O no quería darse cuenta. Era, por así decirlo, una guerra encubierta en la que Mimi Smith se dedicaba a hacer comentarios casuales acerca de los siete años que la separaban de John o de cualquier otra cosa de manera hiriente, una guerra en la que se dirigía a ella como “la chica”, evitando dirigirse a ella directamente o llamarla por su nombre.
No obstante, lo que más incomodaba a Christine era la sensación de que Mimi la veía como una competidora ante el afecto de John. Quizás era sólo una impresión infundada, pero lo cierto era que aquella carrera por hacerse con los abrazos de John e intentar complacerlo y malcriarlo como si fuera un príncipe como poco, a Chris le parecía algo postizo. Además, le daba la impresión de que todas aquellas atenciones hacia el sobrino predilecto de Mimi se multiplicaban por diez cuando ella estaba delante.
No era raro, pues, que con todo aquello, la chica no pudiera dormir. Girándose con cuidado de no despertar a John (el hecho de que él hubiera insistido en que iban a dormir juntos también había molestado de sobremanera a Mimi), la chica miró la hora. Las tres y diez de la madrugada y ella aún no había pegado ojo pese a que se habían acostado muy temprano. Nerviosa, se puso en pie con cuidado y salió de la habitación intentando hacer el menor ruido posible. Lo mejor, sin lugar a dudas, sería que bajara abajo y se tomara un vaso de agua. Así, con un poco de suerte, conseguiría tranquilizarse.
Llegó a la cocina tras haberse encontrado sólo con Tim, el gato que John había recogido de la calle en Liverpool muchos años atrás y que ahora era un animal tan gordo y viejo que hasta le costaba moverse, y se sirvió un vaso de agua que se bebió con avidez, casi de un solo trago. Después, salió de nuevo de la cocina y, justo cuando iba a emprender de nuevo el camino hacia la habitación, una leve música llegó hasta sus oídos. Curiosa, la chica se quedó plantada en donde estaba mientras buscaba con la mirada de dónde provenían aquellas notas de, ahora sí que lo distinguía, ópera. No tardó en localizar el origen de aquello: la puerta entreabierta del salón y la luz que se podía vislumbrar a través de allí lo delataban.
-¿Buscas algo?
Christine no pudo evitar dar un leve salto de sorpresa cuando escuchó la voz de Mimi por detrás de ella.
-No.-contestó girándose hacia ella con una sonrisa.-Sólo he bajado a beber agua.
-¿Tampoco puedes dormir?
Chris se quedó mirándola durante unos segundos, escrutando su mirada.
-Tampoco.-contestó al fin con sinceridad.
-Cuando no puedo dormir, me bajo aquí y escucho un poco la radio. Eso me relaja.-dijo la mujer.-Si quieres unirte…
La chica se quedó sorprendida ante aquella repentina invitación, pero aun así, decidió seguirla sin decir una palabra. Entraron en el salón y Mimi se sentó sobre su sillón a la vez que Chris lo hacía en el sofá de dos plazas que había al lado y que estaba justo enfrente de la tele, que sostenía sobre ella la Medalla del Imperio Británico de John y una foto suya. Inmediatamente, Tim apareció por allí y se enroscó alrededor de las piernas de su dueña con torpeza.
-Supongo que él ni se habrá enterado de que te has levantado…-dijo la mujer mientras agarraba al gato y empezaba a acariciarlo suavemente.
-No.-sonrió Chris.-Estaba durmiendo como un tronco.
-Como siempre ha hecho. Creo que no hay nadie en el mundo al que le cueste tanto levantarse por las mañanas.
-Opino lo mismo.
Mimi esbozó una sonrisa y apoyó la cabeza en el respaldo del sillón con los ojos cerrados, disfrutando de las notas que La Reina de la Noche emitía al cantar su aria en la Flauta Mágica de Mozart. No hacía falta ser un erudito en música clásica para distinguir aquella melodía.
-¿Por qué estás con él?
La repentina pregunta de Mimi la pilló por sorpresa. Contrariada, la chica le dedicó una mirada antes de contestar, intentando encontrar en sus ojos la hostilidad que había encontrado hasta ese momento. No obstante, lo único que se encontró en los ojos de Mimi fue simple curiosidad.
-Porque le quiero.-contestó ella al fin, sincera.
-Lo suponía…-sonrió la mujer.-Enamorada hasta los huesos del caradura de mi sobrino, ¿me equivoco?
Chris no contestó. No sabía adonde quería ir a llegar la mujer y, además, no estaba muy segura de que esa pregunta necesitara ser respondida.
-Si hubiera venido con cualquier otra chiquilla de diecinueve años aquí, ¿sabes lo qué habría pensado?-continuó Mimi.-Que sería una simple cazafortunas o algo así. No te lo negaré, al principio pensé eso de ti: una simple chiquilla que quiere vivir del cuento, que quiere vivir de la fortuna que John se empeña en dilapidar y que lo ha encandilado con dos sonrisas. Pero después… He estado pensando… Tú al fin y al cabo no necesitas eso… Quizás sea porque realmente lo amas.
-Y así es.-sentenció ella sincera.
-Pero…-Chris la miró extrañada. Había un “pero”.-No creo que las cosas entre mi sobrino y tú sean correctas, si quieres que te diga la verdad. Verás, puedes quererlo, él también te quiere, se lo noto, pero cuando… John estaba casado y tenía un hijo, por el amor de Dios.
Chris bajó la cabeza avergonzada.
-Esos rumores pueden ser su ruina. No sería el primer hombre con fama y dinero que lo pierde todo por una aventura,  ¿sabes?-continuó Mimi.
-No creo que lo nuestro sea una aventura.-dijo de repente Chris con determinación, sorprendiéndose incluso a sí misma por haberlo hecho.-John y yo vamos en serio, muy en serio.
-Oh, lo sé, lo sé…-intentó disculparse Mimi.-De todas maneras, para eso no hay vuelta atrás. Actuasteis fatal, pero ya no se puede hacer nada. Verás, Christine, quiero a John. No es mi hijo, pero para el caso es lo mismo, y sólo quiero lo mejor para él. No quiero escándalos a su alrededor, aunque conociéndolo eso es bastante difícil… Lo único que te quiero pedir es que mantengas a raya todas esas habladurías. Miente si es necesario, pero quitaros esa polémica de encima.
-Por supuesto que sí.-contestó ella esbozando una sonrisa. Ahora empezaba a entender un poco a aquella mujer y, sobre todo, a entender lo que decía John sobre ella. A fin de cuentas, no era tan mala como parecía.
-Y llévalo recto.-añadió la mujer.-A veces oigo cosas sobre él que me ruborizan.  La gente pensará que no lo he educado o algo por el estilo.
Chris no pudo evitar soltar una risita cuando oyó aquello. La verdad es que tener un sobrino (o como había dicho Mimi, hijo, para el caso era lo mismo) como John debía de ser sumamente exasperante.
-Descuide. Lo llevaré más recto que un cirio.-se atrevió a bromear.
-Así me gusta. Puede que al final hasta me llegues a gustar…-sonrió la mujer.-Y dime… ¿Qué hay de tu padre? Hace mucho que no lo veo.
De nuevo, Christine sintió como la sangre se le congelaba en las venas. ¿Qué se suponía que debía contestar a eso? ¿Debía contarle la verdad o evadir la pregunta con una respuesta cortés? En cuestión de segundos, Chris decidió que Mimi merecía que fuera sincera con ella. Además, si se llegaba a enterar de que le había mentido, todo lo que aparentemente habían avanzado esa noche, seguro que se iba al traste sin más.
-A decir verdad…-dijo finalmente después de agarrar aire.-Yo también hace mucho que no veo a mi padre…
-Los jóvenes de hoy en día…-masculló la mujer.-Lo mismo pasa con John. Fue irse a Londres y apenas verle, pese a sus promesas de visitas y todas esas bonitas palabras.
-Bueno…-contestó Chris.-Digamos que lo mío con mi padre es un poco más complicado…
Mimi le dedicó una mirada interrogante y Chris suspiró antes de empezar a hablar. Posiblemente, aquella velada con Mimi se alargaría más de la cuenta…
*****************************
John estaba feliz. Por fin la temida presentación de Chris a Mimi se había producido y las cosas no habían salido tan mal como esperaba y estaba a punto de embarcarse en un proyecto que verdaderamente le hacía ilusión. Además, estaba ya en Alemania, junto con su chica, a escasos de días de celebrar su aniversario, un día que iba a pillarse libre en el rodaje para la ocasión. ¿Qué más podía pedir? La vida parecía sonreírle y lo único un poco incierto en el horizonte era todo aquello concerniente al grupo.
-Me han dado esto para ti.
Chris ni siquiera había saludado al entrar en la habitación, pero la jovialidad con la que había dicho aquello hizo que John le dedicara una sonrisa tierna.
-Toma.-le dijo de nuevo la chica dejando una cajita negra sobre la cama, donde él estaba tumbado leyendo el guión.
-Gracias.-contestó John agarrando aquello.
Aunque Chris no supiera lo que era, él si lo sabía. No obstante, se apresuró a abrir aquello para despejar sus dudas cuanto antes.
-¡Perfectas!-exclamó al ver allí lo que esperaba.
-¿Qué es?-preguntó Chris inclinándose sobre él para poder ver mejor.-¿Gafas?
John asintió con la cabeza  a la vez que sacaba aquellas gafitas redondas, de montura metálica, de su estuche e, inmediatamente, se apresuró a quitarse las que llevaba y a ponerse aquellas.
-No dirás que no son perfectas para Gripweed.-rió él mientras se giraba hacia Chris y esbozaba una mueca divertida.
La chica soltó una risotada cuando lo vio así.
-¡Joder, Johnny!-dijo entre risas.-¡Pareces una abuelita!
-Puedo parecer una abuelita pero estas son las gafas más cómodas que he llevado en mi vida.-contestó él ajustándoselas.-Ni pensar que cuando era pequeño le hice gastar a Mimi un dineral en monturas de gafas porque no quería llevar unas así…
-Pues no entiendo por qué… Aunque parezcas una abuela de ochenta años, te quedan bien.
-Después de decirme lo de la abuela… Permíteme que dude de tu palabra cuando afirmas que me quedan bien.-rió John.
-Bueno, eres una abuela tremendamente sexy…-sonrió la chica acercándose hacia él con una mirada pícara.
-Y tú eres una chica con unos gustos muy raros…
Chris le dio un intenso beso a John y justo en el momento en el que él metió la mano por debajo de su camiseta, la chica se separó de él y le dio un ligero toque en la nariz.
-No te aceleres, abuelita.-bromeó.-Es hora del almuerzo. Tenemos que ir al restaurante que nos dijo Dick, ¿te acuerdas?
-Y tanto que me acuerdo…-masculló John de mala gana.-Y no sólo va a ser un almuerzo, va a ser una catástrofe…
-John…-rió ella.-¡Sólo es pelo! ¡Te volverá a crecer!
-Pero joder… Va a ser la primera vez en muchos años que me corte el pelo así… A lo militar.
-Bueno, te prometieron que no te raparían del todo.-dijo Chris divertida.-Quizás incluso respeten tu preciosa cabellera.
-Eso espero…
-Vamos, levanta de ahí, Lennon.-le instó ella con una sonrisilla.-Tienes una cita con el peluquero.
John se levantó de mala gana de la cama, aunque sin poder evitar reírse.
-Hay que ver…-rió Chris mientras le revolvía el pelo cariñosamente.-Me he levantado con una persona normal y esta noche seguramente me acueste con una abuela con el pelo rapado.
-¡Christie, no tiene gracia!-exclamó él zafándose de ella, aunque riendo sin parar.
-Por supuesto que la tiene, Gripweed. Por supuesto que la tiene….



Hola de nuevo después de mucho tiempo! Pues nada, aquí me tenéis, ahora ya sí en plena forma, con ordenador de nuevo y con tiempo para escribir lol Perdón por la espera de dos semanas largas, pero bueno, ya sabéis como tenía las cosas. Por lo menos, he escrito este capi mega largo para ver si así podía compensar algo de la espera, jejeje. Bueno, espero que os haya gustado e infinitas gracias por leer y comentar (a mi querido Anónimo, o mejor dicho, Anónima, le agradezco mucho el aporte del vídeo con el audio del concierto… Sí, ese concierto lo grabó el jefe de prensa del grupo a instancias de Paul, pero yo, obviamente, cambio infinitas cosas porque esto, al fin y al cabo, es un fic pese a que intente con todas mis fuerzas hacerlo lo más realista posible, no? Jejejeje). En fin, no os molesto más… Yo me retiro ya a dormir, que son las 5 de la madrugada… (pfff, que horas…). Buenas noches, o buenos días o lo que sea! Muaks!