miércoles, 17 de octubre de 2012

Capítulo 64: Malpensadas

La conversación que acababa de tener por teléfono con su hermana le había puesto de los nervios. Vale, no esperaba que Chris aguantara pacientemente todo su sermón sobre que estaba tirando su vida por la borda, pero tampoco había esperado aquella actitud. No obstante, lo que más le había dolido sin ningún género de dudas había sido su comentario final, el que le había hecho cuando Chris prácticamente le había reconocido que tomaba LSD con John, aquel "he probado algo que una nenaza como tú ni siquiera se atreve a probar".  Y aquello era completamente cierto. Sólo cuando había muerto Alice, Paul hubiera tomado ácido de buena gana pero, en sus condiciones, John se había negado a darle. Después, cuando ya lo había medio superado todo, los miedos de Paul respecto a aquella droga habían vuelto casi con más fuerza que antes. Y es que temía con todas sus fuerzas a tener uno de aquellos famosos "malos viajes", a quedar paranoico perdido después, a ver cosas que no quería ver cuando estaba en medio de un viaje que duraba cerca de 12 horas. ¿Era una nenaza por aquello? Quizá sí, teniendo en cuenta que ya hasta su hermana pequela lo había probarlo e incluso lo consumía con cierta frecuencia.

Pese a todo eso, no obstante, Paul continuaba sumamente preocupado por Christine. Ya no eran sólo el ácido o la marihuana o las continuas fiestas que se pegaba junto con John. No, no era sólo eso. Lo peor era que veía como Chris estaba renunciando a su propia vida en pos de la vida de John y él no podía hacer nada por evitarlo. Aquello lo enfurecía. Le enfurecía hasta tal punto que tenía la sensación de estar empezando a odiar al que hasta hacía poco había sido su mejor amigo, un amigo al que tenía la sensación de que estaba comenzando a perder.

Con todos estos pensamientos en la cabeza, Paul ató a Martha y salió a la calle. Necesitaba que le diera un poco el aire: quizás así se despejara un poco y todas aquellas lúgubres imágenes que tenía en su mente se evaporaban como si nada. Afortunadamente, no había ninguna fan apostada en la puerta de su casa. Paul miró el reloj: era casi la una de la madrugada y hacía frío, por lo que era normal que ya todas prefirieran estar en sus casas. Mejor, así, por lo menos, podría pensar mejor y no tener que poner una sonrisa forzada ante las chicas.

El frío de la madrugada londinense le golpeó en la cara nada más salir de casa. Era un frío húmedo, cortante, de esos que te escuecen en la piel nada más lo sientes. Pero, obviamente, eso a Paul no le importaba para nada. Es más, ni siquiera se percató de la baja temperatura obcecado como estaba en sus propios pensamientos. Enfiló calle arriba, con Martha aún atada a la correa, caminando rápidamente. Casi sin darse cuenta, se encontró en la avenida principal de la zona, la paralela a Abbey Road. De cuando en cuando, un coche pasaba por la carretera rompiendo el silencio de la noche. Por lo demás, nadie más parecía haber tenido la idea de Paul de salir a dar un paseo nocturno.

Fue precisamente por la soledad de la calle por lo que Paul se percató enseguida del ruido de aquellos pasos, rápidos y decididos, yendo en dirección a él. Curioso, levantó la cabeza y miró al frente para ver quién era el loco que, como él, estaba fuera con aquel frío y a aquellas horas.

-Oh, joder...-fue lo único que pudo mascullar Paul entre dientes cuando reconoció, a pocos metros de distancia de él, la inconfundible silueta de Penny.

Al igual que él, la chica levantó la cabeza, quizás también sorprendida por encontrarse a alguien en la calle, y lo miró. Inmediatamente, paró de caminar y se quedó plantada en la acera sin quitarle la vista de encima.

Pensando rápidamente en cómo debía actuar ante aquel repentino encuentro inesperado, Paul decidió reanudar su marcha sin desviarse ni un ápice de su camino. Y es que, pese a que Penny estuviera justo frente a él y aquello supusiera empezar a caminar directamente en su dirección, a Paul le parecía absurdo el cambiar de acera o el darse media vuelta. ¿Qué sentido tenía? Absolutamente ninguno. No había nadie por la calle y cualquier cosa que hiciera por evitar pasar por su lado sería tan evidente que sería vergonzoso. Así pues, el chico, dándole un pequeño tirón a Martha para que reiniciara su marcha, empezó a caminar hacia allí y con la cabeza muy alta, en dirección a Penny, que seguía allí plantada mirándole y sin saber qué hacer.

Cuando llegó a la altura de la chica, Paul redujo la marcha casi de manera inconsciente. Y es que, pese a que intentara hacerse el duro, en realidad aquella situación le ponía extremadamente tenso. Se volvió hacia ella y la miró. Ella hizo lo mismo. Los dos estuvieron así durante unas milésimas de segundo que a Paul se le hicieron eternas, escrutándose, tal vez algo recelosos el uno del otro. Dudó por unos instantes en si debía detenerse definitivamente y decirle algo o no, pero, en aquel preciso instante, la mirada de Penny aún se volvió más glacial de lo que lo estaba. No, definitivamente el pararse y hablarle no era en absoluto una buena idea si no quería que otra vez le trataran como a un trapo (quizá con razón) y le hicieran otro desplante. La mirada de Penny no dejaba lugar a dudas: parecía estar gritándole "desaparece de mi vista lo antes posible". Así pues, moviendo levemente la cabeza, nervioso, Paul le lanzó una última mirada y volvió a reanudar el ritmo de su marcha, rápido, deseando librarse de aquella situación lo más pronto posible.

Sólo cuando estuvo lo suficientemente alejado de la chica, Paul se paró y se volvió hacia atrás. Penny había desaparecido ya calle abajo. Suspiró. Aquella había sido la primera vez que se había cruzado con ella y no se habían ni tan siquiera dirigido la palabra.

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Gwen miró nerviosa hacia aquel bloque de apartamentos. Parecían bonitos y espaciosos, incluso podría decirse que lujosos, pero tenían un grave inconveniente: las vías del tren pasaban justo por detrás de la finca. Lo cierto es que debía de ser un verdadero fastidio vivir continuamente con el ruido de los trenes al pasar de fondo. Volvió a mirar la carta, que tenía meticulosamente doblada en su bolsillo, y comprobó que, efectivamente, aquella era la dirección correcta. Después, buscó el número del timbre que indicaba la hoja y llamó con la mano temblorosa.

-¿Quién es?-contestó de repente una voz de mujer a través del portero automático.

Gwen apenas pudo reprimir un saltito de sorpresa. Aún no hacía ni dos segundos que había llamado y ya habían atendido.

-Soy Gwen Montrose.-respondió la chica cuando hubo reaccionado.-Me había citado aquí...

-Sube.-la cortó la mujer antes de abrirle la puerta.

A Gwen le dio el tiempo justo para empujar el portón de madera antes de que quitaran el dedo del pulsador y empezó a subir los peldaños de la escalera que había ante ella. Había ascensor, pero en aquellos momentos la chica prefería caminar. Al fin y al cabo, sólo tenía que subir hasta un segundo piso y así, al menos, podría rebajar un poco el nerviosismo que sentía. Llegó al segundo con la respiración agitada y preguntándose a sí misma si no había sido una mala idea el no subir en ascensor, pero apenas le dio tiempo a plantearse nada más antes de ver a allí a Yoko, plantada ante una e las puertas, escrutándola, como había hecho en sus encuentros anteriores, con seriedad. Aquello ponía a Gwen de los nervios, pero parecía que era inherente a la personalidad de la japonesa. Por lo visto, no le quedaba otra que empezar a acostumbrarse a eso.

-Hola, buenos días-la saludó Gwen cuando llegó hasta donde estaba Yoko.

-Hola-le contestó, seca, la mujer.-Llegas un cuarto de hora tarde, pero pasa.

-Es que no encontraba la calle...-se excusó la chica sintiendo como los colores se le subían a la cara.

-Da igual, pasa.

Sin mediar ni una sola palabra más, Gwen la siguió hacia el interior del piso, más concretamente hacia lo que parecía ser el salón, pese a que prácticamente no hubiera ningún mueble que le permitiera asegurar aquello a ciencia cierta. Yoko se dejó caer sobre unos cojines que había en el suelo y Gwen, por inercia, hizo lo mismo pese a que nadie la hubiera invitado a sentarse. Antes de que ninguna de las dos dijera nada, la chica aprovechó para echar un vistazo a todo aquello: todo, absolutamente todo, era de un riguroso color blanco, incluidos los cojines sobre los que estaban sentadas, y los muebles eran casi inexistentes. Sólo una pequeña muñeca, tirada en medio de la estancia, parecía romper con todo aquello. Por lo demás, a Gwen le daba la sensación de que acababa de entrar en una galería de arte contemporáneo justo antes de montar una exposición.

-Es de Kyoko, mi hija.-dijo de repente Yoko rompiendo el silencio. Gwen la miró, sorprendida.-La muñeca, digo. He visto que la mirabas.

-Ah...-masculló ella.-¿Tienes una hija?

-Sí. Está con los vecinos ahora mismo.-respondió Yoko.-Pero no vamos a hablar de eso ahora, ¿no? Dime... ¿has considerado mi propuesta?

-Sí, lo he hecho.-contestó Gwen fuera de lugar por lo directa que había sido la pregunta.

-¿Y aceptas ayudarme en mi siguiente exposición?

-Bien... Suponía que antes me contarías en qué consiste y todo eso, pero... Sí, acepto.

-Perfecto.-dijo Yoko.-Ya te contaré la idea más adelante, aunque por lo pronto quiero que me ayudes ya a hacer algo.

-¿El qué?-quiso saber Gwen. empezando a entusiasmarse sólo con la idea de colaborar en todo aquello.

-Verás...-Cuando estaba en Nueva York conocía a mucha gente, pero aquí no es así. Acabo de llegar y es normal, aunque también es verdad que aquí en Londres la gente está un poco más cerrada a las nuevas tendencias.-explicó Yoko.-Cuando exponía en Estados Unidos, solía mandar antes una especie de invitaciones a la gente del mundo del arte y del espectáculo, así e aseguraba que el día de la inauguración hubiera bastante gente interesada e interesante viendo la exposición.

-Entiendo...

-Como podrás comprender. en Londres no puedo hacer eso.-continuó.-Aquí conozco a muy poca gente, aunque me gustaría hacerlo. Y para eso precisamente había contado contigo... Sé que estás con el chico ése, George Harrison, el de los Beatles, y creo que puedes conocer a muchos contactos...

-¿Me estás proponiendo que envíe yo esas invitaciones a la gente que conozco?-le interrumpió Gwen, a la que aquella propuesta la ponía un poco mosca. Lo cierto era que se sentía un poco herida porque Yoko no había contado con ella por su valor como artista sino porque era la pareja de George.

-No exactamente.-respondió.-No quiero que envíes nada, sólo que me des las direcciones de la gente que tú creas que puede estar interesada.

-No conozco las direcciones de esa gente.-le replicó Gwen.-Los conozco de algunas cosas en las que hemos coincidido, pero nada más. De las únicas personas de las que tengo la dirección es de las que pertenecen al círculo íntimo de George y mío.

-Donde supongo que estarán los demás Beatles...

-Supones bien.

-Bien, con eso me basta.-contestó Yoko haciendo una cosa muy inusual en ella: esbozar una sonrisa.-He visto la expectación que generan esos chicos y veo que todo lo que hacen se convierte en tendencia. Si ellos vienen a la exposición, los demás llegarán por su cuenta... Pero bueno, no vayas a creer que es sólo por eso por lo que te he llamado... Espero que tu colaboración vaya mucho más allá que darme unas direcciones postales. Me han hablado muy bien de ti, además de que pareces muy interesada en el arte conceptual.

-Lo estoy.-dijo Gwen, que después de oír aquello último inevitablemente se había relajado. Al menos Yoko no la veía sólo como a un cebo para atraer a la "gente guapa" de Londres a su exposición.

-Bien.. Sabes que me gusta contar con estudiantes de Bellas Artes para que me ayuden a montar mis exposiciones. Creo que tú serías la persona ideal para ayudarme con lo que ahora tengo en mente.

-¿Y de que se trata esta vez?

-Presta atención... Te lo explicaré.

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El encuentro con Paul de la noche anterior la había mantenido en vela prácticamente toda la noche. No había podido pegar ojo pensando en aquello, en como la había mirado y, sobre todo, en como finalmente había pasado por su lado sin decirle absolutamente nada. Aquello, para qué negarlo, la desconcertaba y la enfurecía a partes iguales. ¿Es que ni siquiera se merecía un mísero saludo por su parte? Vale, reconocía que quizá ella tampoco le hubiera respondido bien si le hubiera dicho algo, pero aun así...

En realidad, el hecho de que Paul hubiera pasado prácticamente del acoso a ignorarla por completo, le había caído encima como un cubo de agua fría. Y es que aquella indiferencia la hería infinitamente más que cualquier cruce de palabras subido de tono que pudiera tener con él. Continuaba creyendo que Paul le debía una inmensa disculpa, que debía hacer algo para compensar el daño que le había hecho enrollándose con aquella puta detrás delante de sus narices, pero, al parecer, él no pensaba igual. Era como, si de repente, Paul hubiera decidido que ya le había dicho "lo siento" las veces suficientes y no pensara mover ni un dedo para que ella le perdonara. Y, a ojos de Penny, Paul McCartney ni muchísimo menos le había dicho aquello lo suficiente ni se había esforzado todo lo que debiera para redimirse.

Pensando en todo esto, Penny se levantó de la cama de repente, furiosa, y se encaminó hacia la cocina. Después de prepararse un té bien caliente, la chica agarró su taza y se dirigió al comedor. Todavía pensativa, se dejó caer sobre el sofá ante la mirada atenta de Bonnie y empezó a beberse su té a pequeños sorbos, intentando no quemarse. Fue entonces cuando, de repente, lo vio allí, tirado en el suelo, junto a la pata de la mesa. Penny miró el sobre que había recibido el día antes, el mismo que contenía la invitación para la boda de Mary y Ringo, y, sin poder evitarlo, empezó a notar como la sangre le ardía en las venas. Y es que, sólo la simple idea de que aquellos dos fueran a casarse como se suponía que hacían las parejitas felices, sólo con imaginarse que tendría que cruzarse nada más ni nada menos que con el imbécil de Paul ese día, la ponía enferma. De este modo, dejó su té a medio terminar sobre la mesa y, sin pensárselo dos veces, descolgó el teléfono. Sí, lo mejor sería llamar a Mary y decirle que no pensaba ir a la boda. Y en aquellos momentos le daba igual si se ofendía con ella.

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Apenas acababa de regresar de la universidad, cuando el teléfono comenzó a sonar de manera insistente. Como ya era habitual, la asistenta de Ringo fue la que respondió pero, casi en el acto, la mujer asomó la cabeza por la puerta del salón y la miró mientras sostenía el auricular del teléfono en la mano.

-Es para usted, señorita Hall.-le dijo la mujer.

-Está bien.-sonrió ella mientras colgaba su abrigo en la percha que había al lado de la puerta de entrada.-Ahora voy.

Cuando acabó,  la chica se dirigió hacia el salón y, después de de dedicarle un escueto "gracias" a la asistenta, atendió al teléfono.

-¿Sí?

-Hola Mary.-contestó una voz femenina al otro lado del aparato.-Soy Penny.

-¡Hola! ¿Qué tal?

-Bien... Bueno...-titubeó la chica. Mary frunció el ceño a la vez que Penny soltaba un fuerte suspiro.-Verás... Llamaba para decirte algo.

-¿Hay algún problema con el piso?

-No, no. NO es eso.-respondió Penny.-Es por la boda.

-¿La boda?

-Sí.-Penny hizo una pequeña pausa para agarrar aire.-No voy a ir a la boda. No quiero ir.

-Pero...-empezó a decir Mary sin caber en sí del asombro. Lo cierto era que no se había esperado para nada que el motivo de la llamada fuera ése.-¿Ocurre algo para que no quieras venir?

Penny soltó una risita que a Mary se le antojó indignada al otro lado del teléfono.

-¿Quieres que te explique qué ocurre?-preguntó.-¿Acaso crees que va a ser para mí plato de buen gusto el tener que encontrarme allí a Paul? Además, su te soy sincera, sé que no debería decírtelo pero no puedo evitarlo, lo último que me apetece hacer en este mundo en estos instantes es ir a una boda donde la parejita feliz de turno se casa.

-Bueno...-masculló Mary, que en aquellos momentos estaba absolutamente desconcertada.-Qui´za pueda entenderte, ero entiende que si te he invitado ha sido con toda la buena intención del mundo. Te considero una amiga y la verdad es que pensé que sería bonito que estuvieras ese día con nosotros...

-¿Bonito?-repitió Penny con un deje de indignación en su voz.-¿Bonito el restregarme por la cara lo felices que sois todos menos yo?

Cuando Mary escuchó aquello último, su sorpresa inicial se convirtió en rabia en cuestión de pocos segundos. ¿A qué venía todo aquello? Ella la había invitado con toda su buena fe, nunca para recordarle que era una infeliz ni nada por el estilo y, la verdad, era que le dolía, mucho, que Penny pensara eso de ella.

-Oye, mira...-le cortó secamente cuando pudo reaccionar.-Si no querías venir sólo bastaba con que me lo dijeras y punto. Creo que todo esto sobra.

-También sobraba el hecho de que me invitaras a esa boda.-le contestó Penny resaltando las dos últimas palabras con desprecio.-Jamás debiste haberlo hecho. ¿A qué venía eso?

-¿Que a qué venía? ¡He invitado a todos mis amigos y tú estabas incluida en ellos!

-¿De veras?-inquirió Penny.-Mira, Mary, eso de los amigos es una chorrada. ¿Sabes? Los amigos no existen, el mundo es así de cruel. Lo único que hacen esos amigos de los que hablas es decepcionarte, nada más.

-¿Pero a qué viene esto ahora?-preguntó ella notando como la mano que sostenía el auricular del teléfono comenzaba a temblarle de pura rabia.-¡Por supuesto que los amigos existen y hacen mucho más que decepcionarte! Siento que tú pienses eso de los que alguna vez nos consideramos tus amigos, lo siento de veras, pero, que yo sepa, yo no he hecho nada para decepcionarte o hacerte sentir mal.

Vuelves a equivocarte, Mary.-le cortó Penny.-Creo que en realidad jamás fui una amiga para vosotros. Nunca llegué a encajar en el grupo que Gwen, Chris y tú teníais formado porque yo era diferente, no tenía nada que ver con vosotras.

-¡Por supuesto que encajaste! Es más, te llevas estupendamente con Chris y...

-Con Chris dudo mucho que me vuelva a llevar bien. La última vez que nos vimos fue todo muy raro y es normal. A fin y al cabo no creo que quiera saber nada de mí. Es la hermana de Paul y la novia de John, con el jamás me he llevado bien. Y por lo que dices de que sí que encajé, lo cierto es que no... La verdad es que creo que a ninguna de las tres os caía bien en realidad.

-Sí que me caías bien.-le cortó Mary haciendo hincapié en la palabra "caías". Era evidente que en esos momentos, Mary había dejado de pensar aquello.

-No creo.-insistió Penny.-Bueno, era eso. No iré a la boda.

-Creo que eso me ha quedado lo suficientemente claro.

-Y...-empezó a decir Penny.-...creo que lo más conveniente sería que me alejara de vosotros lo máximo posible.-dicho esto, hizo una breve pausa para tomar aire.-Y creo que eso incluye el hecho de que no deba vivir más aquí, en Montagu Square. Al fin y al cabo es vuestro piso y supone un vínculo.

Sin apenas dar crédito a lo que acababa de escuchar, Mary lanzó un suspiro, pensando en todo. Que la colgaran allí mismo si entendía algo de todo aquel sinsentido. Después, armándose de valor para pronunciar las palabras que iba a pronunciar, dijo:

-Como quieras, Penny. Si crees que es conveniente que dejes de vivir allí porque eso supone una ligadura hacia gente con la que ya no te quieres saber nada, hazlo.

Un extraño silencio se hizo al otro lado de la línea. Mary frunció el ceño. ¿Acaso había colgado?

-De acuerdo.-rompió de repente Penny el silencio.-Tan pronto como encuentre otro sitio en el que vivir, me iré de aquí.

-Muy bien.-convino Mary.-Se lo diré a Richard. Pero no tengas prisas. Tómate tu tiempo a la hora de buscar nueva casa.

-Tranquila. En dos semanas como mucho habré abandonado el piso. Adiós.

-Adiós.

Y el ruido del teléfono al colgarse resonó en los oídos de Mary. La chica volvió a dejar el auricular en su sitio con una extraña mezcla de tristeza y enfado, con Penny y consigo misma, y salió del salón dispuesta a ir y a contarle a Ringo todo lo que acababa de ocurrir, intentando contener las lágrimas. No pudo. Aquello que acababa de ocurrir le dolía, y mucho. Y es que, Mary Hall era una de esas personas que prefería ganar amigos con el tiempo en lugar de perderlos. Lo malo era que en aquel caso no había podido hacer nada por evitarlo.

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John metió la llave en la cerradura de la puerta y abrió. Estaba realmente cansado pero, a la vez, inmensamente satisfecho. Eran casi las cinco de la madrugada y acababa de regresar de los estudios de Abbey Road. Había presentado a los chicos y a George Martin su último tema, Strawberry Fields Forever, y la verdad  era que a todos les había encantado. No gustado, como la mayoría de ocasiones en las que presentaba algo nuevo al resto, no. Esta vez los había encandilado con aquello. La prueba de ello estaba en la febril sesión de trabajo que habían tenido después, intentando darle el cuerpo definitivo a aquella canción. Habíasido fabuloso: George Martin estaba eufórico; Paul se había puesto delante del Mellotro y no se había levantado de allí hasta que había conseguido sacar algo decente con lo que, según él, encabezar la canción;  Ringo se había puesto como un loco a recubrir su batería con paños y toallas para darle un sonido seco a la percusión; y George, por su parte, se había aislado en un rincón del estudio para tocar acordes descendentes que pudieran encajar en el tema con su guitarra slide. Y, como no, al final de aquellas casi diez horas de trabajo, habían acabado grabando lo que era una primera versión en estudio de aquella canción que, sin quererlo, ya se había convertido para él en una de las más especiales que había compuesto nunca.

Recordando todo esto, John entró en la habitación con cuidado de no hacer ruido y encendió la luz. Lo que vio allí le arrancó, de nuevo, otra sonrisa. Y es que allí, durmiendo como dos troncos, estaban Chris y Julian. Era viernes y los dos se habían quedado en casa viendo una película cuando John había partido hacia el estudio. Por lo visto, el pequeño Julian no había tenido suficiente con cenar y ver una peli con Chris sino que, asemás, había decidido dormir con ella y arrebatarle el puesto a su padre. Justo en ese momento, la chica se revolvió en la cama. Era evidente que la luz la había despertado.

-John...-masculló con la voz pastosa cuando abrió los ojos y lo vio.-¿Qué hora es?

-Las cinco menos diez.

-Joder...-sonrió ella.-¿Sesión intensiva?

-A tope.-le contestó él devolviéndole la sonrisa y sentándose en el borde de la cama, a su lado.-He presentado Strawberry Fields a los chicos.

-¿Y qué tal?

-Les ha encantado. Hemos estado trabajando en ella hasta ahora y ya hemos grabado una primera toma.

-Te dije que les gustaría... Esa canción tiene algo.

John esbozó una sonrisa y se inclinó para darle un beso en el pelo.

-La que tiene algo en la cama eres tú, pequeña.-bromeó mirando hacia Julian.-No me puedo descuidar, ¿eh? A la mínima que me doy la vuelta y ya te metes a otro en la cama.

Chris soltó una risita divertida.

-Ha llovido y el pobre tenía miedo de la tormenta.-contestó ella pasándole la mano por el pelo al niño, que dormía plácidamente a su lado ajeno a su conversación.

-Es un miedica.

-Igual se parece al padre.-bromeó ella.

-Puede ser.-sonrió él.-Anda, boba, déjame un sitio.

La chica se hizo a un lado mientras John se desvestía. Después, se metió en la cama junto a ella y la abrazó después de darle un beso a Julian, algo que, por cierto, había hecho muy pocas veces en su vida.

-Buenas noches, monstruo.

-Buenas noches, pequeña.-le dijo John.-Te quiero.

-Y yo a ti.

Y, dicho esto, John cerró los ojos, feliz. Todo parecía ir sobre ruedas. Ojalá que aquello no cambiara nunca.

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En lugar de irse a casa cuando habían salido del estudio, Paul se había marchado con su amigo Tara Browne. Lo apreciaba muchísimo y en ese último año se habían convertido en casi inseparables. En realidad, pese a que venían de sitios muy distintos, los dos se parecían muchísimo entre sí: los dos eran jóvenes, ricos, afortunados en prácticamente todo y estaban interesados por las mismas cosas.

-Entonces dices que habéis trabajado en la nueva canción de John...-dijo Tara antes de darle un aprofunda calada a su porro.

-Si. Ha estado bien.-respondió Paul.-La verdad es que tenía muchísimas ganas de de volver a meterme en el estudio y hacer algo productivo.

-Más bien creo que lo necesitabas.-dijo Tara esbozando una sonrisilla.-Últimamente te veía un poco... no sé... ido.

-Bueno...-Ya sabes que no he pasado por la mejor etapa de mi vida.-suspiró Paul antes de volverse a encender de nuevo el porro que se le acababa de apagar.

-Ya... La chica ésa...-masculló su amigo.-Cuando volvisteis de Estados Unidos ya te dije que lo mejor era que la olvidaras. Tienes a millones de tías detrás de ti, ¿por qué ibas a estar amargándote por una que no te quiere ni ver?

-Sí, bueno. Al final ge conseguido verlo de ese modo, aunque he de reconocer que ha costado.

-Y tanto... ¿Te llegaste a enamorar realmente?

-No lo sé.-respondió Paul con sinceridad.-Llevaba poco tiempo con ella y la verdad, me atraía mucho lo diferente que era y todo eso...

-A eso no se le llama amor, se le llama curiosidad.-rió Tara.

-Puede que fuera curiosidad, sí.-convino Paul sonriente en parte por la broma de su amigo y en parte por los efectos que ya empezaba a surtir la marihuana.-Pero bueno, no hablemos más de toda esta mierda...

-¿Y de qué quieres que hablemos?

-De las musarañas suecas si hace falta, pero no de eso.

Tara no pudo evitar soltar una risotada al escuchar el comentario de Paul.

-Vale, hablemos de otra cosa...-dijo al fin.-¿Sabes lo que mierdas hice ayer?

-Sorpréndeme.

-Fui a ver a mi jodida familia estando de viaje.

-¿Ácido?-aquello hizo que Paul recordara repentinamente la discusión que había tenido con su hermana el día antes.

-Por supuesto que de ácido... ¿Qué iba a ser si no?-rió Tara.-Fue alucinante aunque quedó claro que algo me notaron. Pero en serio... No tienes ni puta idea de lo que es estar hablando con esos estirados y ver todo lleno de colores a su alrededor... ¡Me morí de la risa!

-Supongo que sí.-masculló Paul de mala gana.-Pero sólo lo supongo... Como sabes, nunca lo he probado.

-Ya lo sé.-asintió Tara.-Y si me permites, no entenderé nunca ese miedo tuyo al LSD. Joder, hay cosas muchísimo peores.

-Quizá el miedo a un mal viaje.

-Olvídate de los malos viajes, tío.-le animó su amigo.-Y únete ya. Todo el mundo ha probado el ácido. ¡Es de lo mejor!

-Puede que tengas razón....

-O sea, que te animas.-sonrió Tara.-Si quieres, tengo unas cuantas tabletas aquí... ¿Hace un viaje o qué?

Paul lo miró y dudó durante unos instantes, sopesando su respuesta. Por una parte, estaban sus miedos y, por otra el hecho de que todo el mundo ya jugara con el ácido como si tal cosa. Además, estaba también aquella insana curiosidad que le comía por dentro. Y entonces, las palabras de Christine llamándole nenaza resonaron de nuevo en su mente. Aquello lo envalentonó. ¿Y por qué no? Si hasta ella lo hacía, tampoco podía ser tan peligroso...

-De acuerdo.-dijo al fin sonriendo.-Probemos esa mierda a ver si es tan buena como dicen.

-Tan buena como se dice y mejor, Paul, ya lo verás...-respondió Tara.-Relájate y disfruta. Te aseguro que todo saldrá de puta madre.

Y, dicho esto, sacó de su bolsillo un par de tabletas de LSD. Paul lo miró. Ya no había vuelta atrás. Por fin iba a ser igual que todos.

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Los pocos días que quedaban de noviembre se pasaron como siempre y llegó diciembre, igual de frío y lluvioso que el mes anterior. Todo parecía ir igual que hasta el momento para Christine: seguía sin posar la universidad prácticamente para nada y las cosas con John parecían ir sobre ruedas. Y es que, pese a que en un primer momento había creído que vivir con él iba a ser bastante complicado, lo cierto era que no era así, más aún cuando los dos parecían compartir la misma sintonía y la misma visión de las cosas. Aquello, evidentemente, hacía las cosas muchísimo más fáciles.

No obstante, no todo era bonito para Christine, para nada. Había una cosa que la incomodaba muchísimo, una cosa que, por cierto, tenía nombre y apellido. Desde que Gwen había decidido colaborar con Yoko Ono en una de sus exposiciones, la japonesa había empezado a enviarle a John una serie de tarjetitas. Muchas veces, aquellas tarjetitas contenían una sola palabra, un par, a lo sumo, y otras veces, simplemente estaban en blanco. Al principio, había intentado no hacer demasiado caso a todo aquello; al fin y al  cabo los demás, incluidos Gwen y George, habían recibido sendas postales similares a las de John. Podría decirse que aquello no era más que simple campaña publicitaria para generar expectación entre los famosos Beatles y, así, atraer a más gente a su futura exposición; al menos, así se lo había explicado Gwen. No obstante, cuando los demás dejaron de recibir esas postales y John continuó recibiéndolas escrupulosamente cada semana, Chris empezó a mosquearse con todo aquel asunto. Casi automáticamente, reanudó sus antiguos recelos hacia aquella japonesa que sólo había visto una sola vez en toda su vida e, incluso, se había enfadado con Gwen por haberle proporcionado la dirección de John... Pero bueno. aquel enfado había durado muy poco, tanto que su amiga ni siquiera se llegó a percatar jamás de su disgusto. Y es que, a fin de cuentas, Gwen no debía nada de todo aquello.

Era miércoles por la mañana y Chris entró en la finca. Había quedado para desayunar con las chicas y lo más seguro era que John, que había permanecido en el estudio hasta altas horas de la madrugada el día anterior junto con los demás, aún estuviera durmiendo.

-¡Señorita McCartney!

La chica se volvió havia el portero y miró su mano. El hombre blandía un sobre, pequeño y blando, asquerosamente familiar para ella. Sin poder evitarlo, Chris esbozó una mueca de disgusto.

-Correo para el señor Lennon.-dijo el portero.-¿Se lo da usted?

-Sí, descuide.-le contestó ella haciendo un monumental esfuerzo por esbozar una sonrisilla falsa a la vez que agarraba el sobre.

-Gracias.

Después de decirle un escueto "de nada", la chica subió el pequeño tramo de escaleras que tenía para llegar a su casa y entró en el piso, sin quitarle los ojos de encima a aquel sobrecito. Estaba dudando entre si romperlo y tirarlo al cubo de la basura o no cuando, de repente, John se asomó por la puerta de la habitación.

-Buenos días, peque.

-Buenos días, Johnny.-dijo ella intentando esbozar la misma sonrisilla forzada que había dibujado ante el portero.

No obstante, aquello no funcionó con John, que se ajustó las gafas y la miró interrogante.

-¿Ocurre algo?-quiso saber mientras se acercaba hacia ella preocupado.

Christine suspiró. Era obvio que ocultar su preocupación delante de él no iba a funcionar, así que lo mejor, sin lugar a dudas, sería ser, como siempre, sincera con él.

-Nada. Ha llegado otra carta para ti.-dijo al fin tendiéndole el sobre que aún tenía en la mano.-Como siempre, viene sin remitente, pero supongo que debe ser de Yoko Ono.

John agarrí el sobre en silencio, con una expresión sombría en su cara. Lo rasgó sin demasiadas contemplaciones y extrajo una pequeña cartulina de color blanco.

-Observa.-leyó en voz alta.

-Pues muy bien, observa.-respondió ella sin poder esconder el fastidio que sentía.

John levantó la mirada y, a continuación, dibujó una tierna sonrisa en su rostro mientras posaba sus ojos en los suyos.

-Odias todo esto, ¿no?-dijo a la vez que le ponía un dedo bajo la barbilla de la chica.

-Me parece una mamarrachada.-respondió ella con contundencia haciendo que John soltara una risita.-Respira, observa, escucha... Me dan ganas de enviarle una tarjeta de contestación en la que diga "vete a la mierda".

-¿Quieres que lo haga?-preguntó él divertido.

-Pues deberías. A ver si para ya con todas estas postalitas asquerosas.

Antes de responderle nada, JOhn le dio un dulce beso en los labios. Inmediatamente, Chris sintió como se relajaba.

-Me encantas cuando te pones celosa...-sonrió John cuando se separó de ella.

-Yo no estoy celosa, Lennon. Simplemente he dicho que todo esto me parece una estupidez.

-Vale, como quieras.-rió él.-Pero te voy a decir algo: no tienes por qué preocuparte, preciosa. La tipa ésta es sólo una aprovechada que busca que le financie su mierda conceptual.

-Eso mismo dices siempre.

-Lo digo porque es verdad.-dijo él.-Y ahora olvidémonos de toda esta mierda y acompáñame mientras desayuno algo, ¿quieres?

-Perfecto.-contestó ella.-Pero no creas que voy a caer en la trampa y te voy a preparar yo el desayuno.

-Oh, mierda... Y yo que pensé que colaría...

-Se siente, Johnny.-rió Chris.-Usa tus dos bellas manitas para otra cosa que no sea tocar la guitarra.

-Tú mejor que nadie deberías saber que uso mis manos para muchas otras cosas que no son tocar la guitarra...-le replicó él lanzándole una mirada de niño malo que puso en evidencia las segundas intenciones de aquella frase.

Chris no pudo evitar soltar una carcajada, como tampoco el ponerse un poco roja. Había olvidado por completo a la tarjetita y a Yoko.

-No tienes remedio, monstruo...-rió finalmente.-¡Anda, corre y come algo antes de que te asesine aquí mismo!

*************************************

Pese a que habían pasado muy pocos días desde la última tarjeta, John acababa de recibir otro envío de Yoko . Cuando el por portero le entregó aquel paquete, que obviamente contenía algo bastante más voluminoso que una simple postal, John lo miró con una inmensa curiosidad, la misma con la que en esos momentos estaba abriendo aquel paquete en el salón. Su sorpresa fue mayúscula cuando allí dentro encontró  nada más ni nada menos que un librito. Grapefruit, se titulaba, e iba acompañado de una breve nota escrita de puño y letra de la propia Yoko en la que le deseaba una feliz lectura de su "poemario de instrucciones". ¿Poemario de instrucciones? ¿Qué coño era aquellos? Ansioso por saber de qué se trataba, agarró el librito, se sentó en el sofá y empezó a leer. Rió cuando comprobó que, efectivamente, aquello era un "poemario de instrucciones", si a aquello se le podía llamar poemas, claro. Era, por así decirlo, como una versión extendida de las tarjetitas que hasta ese momento había estado recibiendo.

Se mantuvo así durante un buen rato, leyendo, ávido, todo aquello y, justo cuando estaba a punto de leer las últimas páginas de aquello, escuchó el sonido de la puerta de casa al abrirse. John levantó la vista, podría decirse que sobresaltado. Y es que, pese a que no estuviera haciendo nada malo en absoluto, no le gustaba la idea de que Christine, que acababa de llegar a casa en esos instantes, le pillara leyendo aquel librito que le había enviado su querida Yoko Ono.

-¡Hola!-saludó la chica entrando en el salón.

John la miró y sonrió.

-Hola.

-¿Qué haces?-preguntó la chica mientras se sentaba a su lado en el sofá.

-Leo.-se limitó a contestar John, rezando para sus adentros para que aquella contestación fuese suficiente para Chris.

-Ya veo...-dijo la chica mirando hacia el libro, que aún tenía en manos.-No lo conozco, ¿qué es?

Mierda. Chris y su obsesión por los libros. Siempre, siempre, siempre, se interesaba por ellos, aunque fueran una basura.

-Es un poco raro, no vale la pena...-respondió él.

Y, antes incluso de que pudiera reaccionar, la chica se lo arrebató de las manos, risueña, y miró la tapa con detenimiento. Inmediatamente mudó su sonrisa por una expresión sombría, casi asesina incluso.

-¿Te lo ha mandado ella?-se limitó a preguntar mientras sujetaba el libro con rabia.

-Sí.

-¿Ahora te manda libros? Vaya... Muy amiguita tuya veo yo que es...

John se quedó mirándola detenidamente durante unos segundos. No hacía faltas ser muy ancho de miras como para ver que estaba furiosa, a punto de perder los estribos. No obstante, la insinuación que Christine le acababa de hacer le había sentado como un tiro. Intentó, en vano, contenerse.

-Pues sí, me manda libros.-respondió en tono desafiante.-Y no, no es amiguita mía porque sólo la ge visto dos putas veces en toda mi vida.

-Sí, claro...-masculló ella con escepticismo.

-Por supuesto que claro.-le replicó él.- Joder, Christine, ¿qué coño te pasa?

-¿Que qué me pasa?-le preguntó ella indignada.-¡Me pasa que no me gusta el jueguecito que te traes con ésa! ¡Eso es lo que me pasa!

-¿Pero qué jueguecito? ¡NO LA CONOZCO! ¿Te lo digo en chino?

-Quizás deberías decírmelo en japonés. Igual hasta se te da bien.-le contestó ella en tono hiriente.

-¡Estás sacando las cosas de quicio!

-¿Que saco las cosas de quicio? A ver, listo, ¿cómo me explicas el hecho de que sólo a ti te siga mandando esas putas tarjetas de mierda? ¿Cómo me explicas que te mande este libro?

-¡Y yo qué sé!-exclamó él exasperado sintiendo como una oleada de impaciencia le invadía.-¡No lo sé, joder!

-Ya.-respondió ella secamente.-Veo que de repente te has vuelto muy ignorante.

Y dicho esto, sin ni siquiera dejar que John le replicara nada, se levantó y salió del salón dejándoselo a él allí solo, perplejo y furioso por lo que acababa de ocurrir. Después, oyó un portazo proveniente de su habitación y, a continuación, al cabo de unos segundos, los sollozos ahogados de Chris.

Rabioso, dio un fuerte puñetazo contra el sofá. Perfecto. Ahora iba a montarle un numerito con lágrimas incluidas.

************************************

Tumbada sobre la ca,a. Christine no podía parar de llorar mientras apretaba su cara contra la almohada intentando, en vano, ahogar el sonido de sus sollozos. En realidad, no sabía muy bien por qué se había puesto así ni por qué lloraba. Bueno, sí que lo sabía: estaba tremendamente celosa y no podía hacer nada por remediarlo. Y es que, desde que aquella mujer había entrado en sus vidas y, sobre todo, desde que habían empezado los envíos de postales y tarjetas, Chris, por primera vez desde que había empezado con John, se sentía amenazada. Quizá era una sensación tonta e infundada, pero era así. Además, le estaba ocurriendo una cosa que jamás había pensado que ocurriría: estaba empezando a desconfiar de John. Las dudas le corroían: no sabía si debía creerse todo lo que él le acababa de decir o, sin embargo, hacer caso de su parte irracional, aquella misma que le decía que Yoko Ono no iba a traerle nada bueno. Aquello no le gustaba en absoluto y era por eso por lo que sus lágrimas se negaban a parar de brotar. Aquel sentimiento era, sin lugar a dudas, el peor del mundo.

De repente, Chris notó como alguien se sentaba a su lado en la cama y empezaba a acariciarle el pelo en silencio. Quiso parar de llorar al entender que John estaba allí con ella, pero el hecho de tenerlo allí a su lado hizo que se incrementara en su interior el miedo a perderle y, contra su voluntad, aún empezó a llorar con más insistencia. Él no dijo nada. Simplemente permaneció allí silencioso mientras seguía acariciándole el cabello, como si con aquello pudiera tranquilizarla.

-Lo siento, John...-sollozó ella cuando por fin se vio con fuerzas de hablar al cabo de unos minutos.

-Más lo siento yo.-contestó él, frío, aunque sin dejar de acariciarle el pelo.-¿Por qué no me crees?

La pregunta sonó tan amarga como lo era en realidad.

-Sí que te creo...

-Entonces, ¿por qué todo esto?

Por primera vez desde que se había dejado caer sobre la cama, Chris despegó la cara de la almohada y lo miró, con las lágrimas aún rodando por sus mejillas. Sabía que estaría horrible, con la cara roja y los labios y los ojos hinchados, pero en aquellos instantes le daba igual. John le lanzá una mirada, serio, y ella se encogió de hombros.

-No lo sé.-respondió finalmente.-No lo sé, John, pero no puedo evitarlo.

Por toda respuesta, él la abrazó, estrechándola fuerte en sus brazos. Ella se dejó hacer, agradecida. Realmente necesitaba aquello.

-Escúchame, Christie...-le susurró John casi al oído.-Escúchame porque no quiero que esto vuelva a pasar. Te quiero muchísimo y eres la persona más importante de mi vida. Y te aseguro que eso no va a cambiar nunca. No quiero ni una puta duda más, ¿vale?

-De acuerdo.-murmuró ella con la cara pegada a su pecho.-No más dudas.

-Como tú siempre dices, confianza total, ¿entendido?

La chica se separó de él y, mirándolo a los ojos, asintió. John posó los pulgares sobre sus mejillas y le secó las lágrimas en un gesto tierno que incluso la llegó a conmover. Después, le dio una de los besos más sentidos y dulces que jamás le había dado. Cuando se separaron, Chris no pudo evitar esbozar una sonrisa. Y es que, después de aquel beso, no le cabía la menor duda de que John estaba siendo completamente sincero con ella.






Holaaaa! Bueno, aquí estoy yo, con retraso incluido (menuda novedad, ¿no?). Bueno, es que en realidad he parado poco por casa y no he tenido tiempo de mucho. De hecho, muchas de vosotras ya lo habréis notado en vuestros fics... Me tengo que poner al día, chicas, y juro solemnemente que lo haré! ;)

Bueno, como siempre gracias a mis amores por comentar y los demás por leer y estar ahí.

Espero que os haya gustado.

Besos! 

lunes, 8 de octubre de 2012

Capítulo 63: La invitación

Todavía no era muy tarde, pero los rayos del sol ya empezaban a colarse a través de las cortinas de su habitación. Dando un respingo, molesta porque aquella temprana luz la había despertado, Penny se dio la vuelta en la cama y volvió a cerrar los ojos con fuerza, como su así pudiera dormirse. No obstante, aquel ímpetu no sólo no la ayudó a volver a conciliar el sueño, sino que la despejó completamente. No tardó demasiado en entender que por mucho que lo intentara no podría volver a dormirse, así que decidió levantarse, aunque ese día hubiera podido permanecer en la cama unas cuantas horas más.

-Buenos días, Bonnie.-masculló de mala gana cuando se sentó en el borde de la cama a la vez que miraba a la perra, quien nada más oírla moverse había entrado en la habitación, contenta.

La perra le respondió con un ladrido a modo de "buenos días". Penny la miró y sonrió. Aquel animal parecía estar destinado a ser el único ser en el mundo que no iba a decepcionarla nunca.

Despejada completamente como estaba, no tardó demasiado en vestirse con lo primero que pilló y en encaminarse a la cocina para prepararse el desayuno. Sin ni siquiera molestarse en sentarse, se tomó un té y unas cuantas galletas rápidamente y, a continuación, ató a Bonnie y salió del piso. Ya que había madrugado sin quererlo, por lo menos aprovecharía la mañana dando un buen paseo con la perra.

Aunque aún no era hora punta, encontró Hyde Park bastante concurrido, cosa que, para qué negarlo, la molestó. Adoraba aquel parque ya que eta el lugar ideal para dar un paseo con perros, pero la cantidad de gente que se agolpaba allí siempre la exasperaba, mucho más cuando tenía la sensación de que la gran mayoría de aquellas personas parecían reconocerla casi en el acto, aunque sólo algún que otro pequeño grupo de quinceañeras se atreviera a mirarla abiertamente y a murmurar entre ellas a la vez que la observaban con curiosidad. Aquello, sin lugar a dudas, era una de las consecuencias más evidentes de haber sido la pareja de Paul, aunque hubiera sido por muy poco tiempo y ninguna de esas chicas ni siquiera supiera   que ya no estaban juntos.

Teniendo en cuenta aquella creciente incomodidad, Penny no alargó demasiado su paseo matutino, así que, cuando empezó a hartarse de las miradas, ató de nuevo a Bonnie y se encaminó hacia casa. Apenas había entrado y cerrado la puerta tras de sí, llamaron al timbre. La chica, que aún no se había quitado ni la chaqueta, abrió con cara de pocos amigos temiendo encontrarse allí a alguna fan de Paul que la hubiera seguido hasta su casa. No obstante, una inmensa sensación de alivio la embargó cuando vio que allí, plantado ante ella, no había otro que el cartero.

-¿Penelope Rogers?-preguntó el hombre nada más la vio.

Ella se limitó a asentir con la cabeza a la vez que agarraba el sobre que le estaba tendiendo.

Después de decirle un escueto "adiós" el cartero,  se fue de allí y Penny volvió a cerrar la puerta  Miró el sobre con curiosidad mientras se dirigía hacia el salón. No traía remitente, con lo cual no tenía ni idea de quién podía ser. 

Se dejó caer sobre el sofá y rompió el sobre sin ningún miramiento: la curiosidad le podía demasiado en aquellos instantes como para ponerse a buscar un abrecartas o algo por el estilo.

-Vamos a ver qué es esto...

Y, sin más, sacó de allí dentro una bonita tarjeta, hecha con papel de calidad y cuidadosamente decorada. No le hizo falta ni siquiera leer lo que allí había escrito para saber de qué se trataba. Aquello, nada más ni nada menos, era la invitación a la boda de Mary y Ringo.

Sin poder explicar exactamente el porqué, Penny sintió como una inmensa oleada de rabia la invadía por completo. Quizá fuera envidia, quizá fuera otra cosa, pero lo cierto era que en aquellos momentos se sentía sumamente indignada. ¿Cómo podían tener la desfachatez de invitarla a la boda? ¡Sabían lo que había pasado entre Paul y ella, era absurdo!

Armándose de valor, leyó con detenimiento lo que decía aquella invitación. Al parecer, la boda iba a celebrarse el 24 de enero, domingo, por la mañana y en la misma Sunny Heights. Y, al final del todo, una pequeña frase acompañada por un número de teléfono. "Se ruega comuniquen la no asistencia".

Con la vista fija aún en aquella frase, Penny bufó, de nuevo sintiendo como la rabia y la indignación se volvían a apoderar de ella. Y es que, en esos momentos a Penny también la asaltaban las dudas... ¿Qué debía hacer? Por una parte, odiaba hasta la simple idea de tener que ir a la boda pero, por otra, se trataba de Ringo y Mary quienes, además, eran los dueños del piso en donde se estaba alojando... Podría ofenderlos si no iba y, entonces, debería abandonar Montagu Square.

Nerviosa, la chica agitó la cabeza con contundencia como si así pudiera apartar aquel dilema de su mente y arrojó la tarjeta de invitación al suelo con fuerza. Ya pensaría más adelante en todo eso...


**************************

Siempre le había encantado leer el periódico, pero aún le gustaba más hacerlo junto a ella. Su costumbre ya adquirida durante la gira de leer la prensa los dos juntos no se había perdido para nada y, a aquellas alturas, aquello parecía ya una especie de ritual matutino: levantarse, ver los diarios que Dot, la asistenta, compraba religiosamente todos los días encima de la mesa de la cocina, prepararse el desayuno y comer mientras miraban el periódico abierto encima de la mesa.

-¿Has visto que locura?-rió Chris señalando una columna que había en una esquina.-Han pillado a un ladrón que se había dormido en casa de un juez mientras robaba...

-Joder... Hay que ser inútil.-rió él también empezando a leer la noticia en cuestión.-Por cierto... ¿Qué hora es?

La chica se encogió de hombros y le dio un sorbo a su taza de café.

-Hora de que to esté en clase.-contestó después, divertida.-Por lo demás, ni idea.

John le rió la gracia.

-Pasa de esas horrorosas clases...-le dijo sonriéndole pícaramente.-Si quieres clases, yo te puedo dar de lo que quieras.

-¿Ah, sí?-rió ella.-¿Y de qué me vas a dar clases, profe?

-De cosas que seguro no te aburren tanto como las que se ven en esa jodida universidad, te lo prometo.

-Creo que me está gustando la idea...-susurró ella mientras se acercaba a él y se situaba a escasos milímetros de su boca. John suspiró. Cuando hacía aquello simplemente lo volvía loco.

-¿Sabes qué podríamos hacer?-susurró él a su vez.-Quedarnos todo el puto día en casa, tú y yo solos...

-Otra vez me gusta tu idea...

John no pudo reprimirse ni un segundo más y pegó sus labios a los suyos, con fuerza. Ella le correspondió con la misma contundencia a la vez que le hundía la mano en su pelo y lo atraía más hacia sí. Sin que ninguno de los dos apenas fuera consciente de ello, de pronto se encontraron de nuevo camino del dormitorio mientras se besaban y se acariciaban sin cesar. A tientas, entraron en la habitación y se dejaron caer encima de la cama. Las caricias que Chris le proporcionaba, insistentes y temblorosas, por debajo de su camiseta, hacían que John se sintiera a punto de explotar. Ansioso, empezó a desabrocharle la camisa a la chica, pero el deseo le impedía hacerlo, así que se la abrió bruscamente sin más, haciendo que la mayoría de los botones salieran despedidos por el suelo de la habitación.

-Monstruo...-susurró ella sin poder ocultar una sonrisa.-Me gustaba esta camisa...

-Olvida la puta camisa.-le respondió él con voz ronca mientras le soltaba el sujetador con destreza.-Creo que esto te va a gustar más...

John hundió su cabeza entre sus pechos y empezó a besarlos con insistencia, como si la vida le fuera en ello. La chica soltó un suspiro de puro placer, cosa que a él aún le excitó más. Y cuando él también estaba a punto de perderse, de pronto, una idea le cruzó por la mente y casi que paró en seco de besarla.

-¿Qué pasa?

La pregunta de Chris había sonado más parecida a una queja que a cualquier otra cosa. John levantó la cabeza y la miró, con una sonrisa juguetona.

-¿Sabes qué podríamos hacer?-se limitó a preguntar.

Chris le dedicó una mirada confusa y él, por toda respuesta, alargó el brazo y abrió el primer cajón de su mesita de noche, sin ni siquiera apartarse de encima de ella. A tientas y sin dejar de mirarla, rebuscó por allí hasta encontrar lo que quería. Agarró un par y volvió a cerrar el cajón. Después, blandió con una sonrisilla triunfal las dos tabletas de LSD que había acabado de sacar.

-¿Qué...?

-¿Te acuerdas de la última vez que lo hicimos estando de viaje?-preguntó él volviéndose a excitar sólo con el simple recuerdo.

-Sí...-sonrió ella.-Fue mágico.

-Más que mágico.-sonrió él antes de darle un beso.-Venga, pequeña, repitamos... Abre la boca y los dos a la vez, como siempre.

Y, una vez más, John introdujo una tableta de LSD en la boca de la chica a la vez que él también se tragaba la suya. Después, volvió a retomar su sesión de besos y caricias sintiendo como todo empezaba a cambiar a su alrededor. Aquello, sin duda, era volar en todos los sentidos.

******************************

Mary estaba leyendo aquel infumable montón de apuntes de la universidad cuando, de repente sonó el teléfono. Estaba a punto de levantarse cuando vio que Ringo iba a contestar. Sonrió. Por lo menos no hacía falta que se molestara en dejar lo que estaba haciendo para atender lo que seguramente sería una llamada tonta y sin importancia.

-¿Sí?-escuchó como respondía el chico.-Hola, ¿qué tal?... Ah... Sí, ya... Está por ahí... Sí, ahora se pone...

La chica no pudo reprimir una mueca de fastidio cuando entendió que la llamada era para ella y que debería levantarse a atender. Antes incluso de que su novio asomara la cabeza por la puerta para decirle que la buscaban, Mary dejó sus cosas sobre la mesa y se levantó.

-Es para ti.-dijo Ringo, que se cruzó con ella cuando salió de la habitación. Era evidente que iba a buscarla.

-Ya, lo sé, te he oído.-sonrió ella.

-¿Sabes quién es?-preguntó él.

-No... ¿por?-quiso saber Mary, intrigada. 

Ringo soltó un suspiro antes de contestar.

-Es tu amigo Fred.-dijo finalmente poniéndose serio de repente.

Mary sintió como el alma le caía a los pies. A juzgar por la expresión de "te has metido en un buen lío" que tenía Ringo, Fred acababa de recibir la invitación a la boda y había visto que su novia no estaba invitada.

-Bueno, iré a ver qué quiere...-masculló ella intentando en vano sonreír.

-Sí, ve...-dijo Ringo.-Suerte, princesa.

Sin más, la chica se dirigió hacia el teléfono. Miró el auricular descolgado, que descansaba sobre el mueble, durante unos segundos sopesando la idea de no atender. Pero no, no podía hacer eso. Debía ser consecuente con lo que había hecho y, además, Fred se merecía una explicación. Al fin y al cabo él había sido desde siempre su mejor amigo y seguro que era capaz de entender sus razones.

-Hola Fred.-dijo nada más se puso el auricular del teléfono la oreja.

-Ah, Mary, hola.-le respondió su amigo jovialmente. Aquello tranquilizó a Mary en el instante: al parecer Fred no estaba enfadado ni muchísimo menos.-¿Qué tal?

-Todo bien, un poco agobiada con todo pero bien. ¿Y tú? ¿Qué te cuentas?

-Pues acabo de recibir la invitación a tu boda.-le respondió Fred.-Me ha gustado, es muy original.

-¿De verdad?

-Si, de verdad. Pero... Creo que hay un error con la mía.

Mary tragó saliva temiéndose por dónde irían los tiros.

-¿Un error?

-Sí, verás... En el número de invitados sólo tengo a una persona.-respondió Fred.

-Entonces no hay ningún error.-respondió ella haciendo acopio de todas sus fuerzas para que no le temblara la voz.

-Sí que lo hay.-le cortó Fred.-Has olvidado a Samantha, Mary.

-No, Fred.-suspiró ella.-No la he olvidado.

-¿Cómo? Pero Samantha es mi...

-Sé que es tu novia, Fred, lo sé.-le interrumpió.-Pero entiéndeme. Tú más que nadie sabes que Samantha y yo nunca...

-Joder, Mary, no me vengas con historias.-respondió Fred enfadado.-Sé que no os llevasteis bien nunca, ni en el colegio ni en el instituto, pero... ¡joder! Te aseguro que ha cambiado. Ha madurado muchísimo y no es la misma Samantha tonta que recuerdas de hace unos años. Ahora es una buena chica y, lo que es más importante, está conmigo.

-Fred. Es MI boda.-dijo ella empezando también a perder los estribos ante aquella repentina oda a las virtudes de su archienemiga de toda la vida.-Y yo decido a quién invito y a quién no. Quiero que tú vengas a mi boda porque te quiero mucho, siempre has sido y serás mi mejor amigo, pero entiende que no quiera que en el que supuestamente va a ser el día más especial de toda mi vida esté la persona que se ha encargado de amargarme mi infancia y mi adolescencia.

Un silencio repentino se hizo al otro lado de la línea. Justo cuando Mary ya estaba empezando a creer que Fred había colgado el teléfono, el chico dijo en un tono de voz glacial:
-Entonces supongo que por esa misma regla de tres, yo también decido a qué celebraciones quiero ir y a las que no quiero ir. Pedías que se confirmara la no asistencia, ¿no? Pues bien... Aquí tienes una no asistencia.

-Pero...-intentó protestar Mary con voz débil, sintiendo como de repente la sangre se le helaba en las venas. Jamás había esperado, para nada, que Fred se negara a ir a su boda. Y mucho menos por ésa.

-Pero nada.-le cortó él.-No pienso ir a la boda si Samantha no va, lo siento.

Aquel lo siento le sentó a Mary como una patada. ¿Cómo que lo sentía? Si tanto lo sentía, iría a la boda y  no la dejaría allí tirada en un día tan especial.

-Entiendo.-se limitó a decir ella secamente.-Creí que tú y yo éramos amigos, pero ya veo que no.

-Estás malinterpretando las cosas, Mary. Sigo siendo tu amigo pero la que no quiere aceptar lo mío eres tú... Además, creo que...

Pero Mary no estaba dispuesta a escuchar más tonterías así que, sin más, presa de la rabia del momento, colgó el teléfono enfadada. 

-¿Qué ha pasado?

La voz de Ringo la pilló por sorpresa. No se esperaba que estuviera tan cerca como para poder aparecer tan pronto. Ella se volvió mientras apretaba la mandíbula con fuerza, intentando a toda costa reprimir las lágrimas que se agolpaban en sus ojos y amenazaban por salir de un momento a otro.

-No viene...-fue lo único que fue capaz de decir antes de abalanzarse sobre los brazos de Ringo, que la abrazó con cuidado.

-Tranquila, princesa, tranquila... Vamos, no llores.-susurró él en tono tranquilizador.-Cuéntame qué ha pasado, venga.

Mary agarró aire antes de continuar y esperó a poder hablar más o menos bien.

-Me ha dicho que si no viene Samantha él tampoco viene a la boda...-respondió al fin con un hilillo de voz.

Poniéndole un dedo debajo de la barbilla, Ringo la obligó a levantar la cabeza y a mirarle. Ella no pudo menos que sentir como un estremecimiento recorría su cuerpo cuando vio la severidad pintada en el azul de sus ojos.

-Supongo que era de esperar.-se limitó a decir.

-¿Qué?-preguntó ella incrédula.-¿Tú también lo apoyas?

-No, no, no... No es eso.-se apresuró a contestar él.-Yo sé qué pasa. Sé por qué no quieres que esa chica venga a la boda y entiendo tus razones. Pero creo que no te debería extrañar que Fred se niegue a venir si ella no viene...

-¡Pero es mi amigo!

-Y ella es su novia...-suspiró Ringo.-Es una situación complicada, Mary... Mira, si quieres que venga Fred, no tendrás más remedio que invitar también a Samantha...

-Pero yo...

-Sólo piensa qué es lo que quieres y ya está.-le interrumpió él esbozando una sonrisa tranquilizadora.-Yo no me voy a meter ahí. Haz lo que tú creas conveniente.

Y dicho esto, Ringo selló su boca con un dulce beso que hizo que a Mary se le olvidara momentáneamente que hasta ese mismo momento había estado llorando. 

*************************************

-¿Fred?

-¿Mary?

El sonido frío de la voz de su amigo al otro lado de la línea de teléfono hizo que Mary tuviera un mal presentimiento sobre la conversación que iban a tener.

-Sí, soy yo.-confirmó ella.-¿Qué tal?

-¿Qué quieres?-se limitó a preguntar él, cortante.

-Simplemente quería...-dudó ella.-Bueno, quería pedirte disculpas y enmendar un error... ¿Puedo?

Fred calló. Mary oyó como soltaba un fuerte suspiro al otro lado de la línea.

-¿Ahora quieres arreglarlo?

-¿Crees que me merezco esta segunda oportunidad? ¿O soy demasiado idiota como para merecerla?

Fred soltó una risita entre dientes. Aquello relajó a Mary.

-Quizá no la merezcas. Pero sabes que yo siempre doy segundas oportunidades a los idiotas...

-El ejemplo claro es Samantha...

-Mary... No empieces...

-Lo siento.-dijo ella sonriendo para sí misma.-En serio Fred, quiero que vengas a la boda. Y si eso implica que Samantha ha de venir también...

-De acuerdo, tranquila.-contestó él.-Pero... Samantha no vendrá.

-¿Cómo? ¿Acaso ya no estás con ella?

-Tus ganas.-bromeó Fred.-Por supuesto que estoy con ella. Pero la acaban de llamar para un trabajo. El día 23 de enero vuela hacia París y no volverá hasta el 30.

-¿Y qué es lo que va a hacer allí?

-Pruebas de modelo, para una revista.

-Ya... Modelo, lo que me faltaba...-masculló Mary de mala gana haciendo que su amigo volviera a reír al otro lado.

-¿Ves? Al final hemos triunfado. Tú vas a casarte con una estrella de la música y yo estoy con una modelo... No nos podemos quejar...

-Yo no me puedo quejar. En tu caso no sé si puedo decir lo mismo...-bromeó ella.-Pero en fin... Supongo que me tendré que aguantar, ¿no?

-Supones bien.

-Así que cuento contigo para la boda, ¿no? ¿Amigos?

-Amigos.-convino Fred.-Y que sepas que ese día no te librarás de mí tan fácilmente... Además, tengo que advertirle a la superestrella que se casa contigo que si te hace daño, le rompo las piernas.

-¡Fred!

-¿Qué pasa? No tienes hermanos y alguien lo tendrá que hacer, ¿no crees? Sólo por eso creo que debo ir.

-No seas bestia, Fred...-rió Mary.

-No soy bestia, sólo cumplo con mis obligaciones.-bromeó su amigo.-Ey, ahora en serio... Cuenta conmigo y no sólo para lo de la boda. Ya sabes... para lo que quieras.

-Gracias, Fred. De verdad. Lo mismo digo.

Fred soltó una risita y, a continuación, los dos empezaron a hablar como si jamás se hubieran enfadado. Aquello era fantástico. Y es que, a decir verdad, Mary no habría sido capaz de soportar el perder a su amigo por una tontería.

*****************************

Mike salió del tren contento por estar de nuevo en Londres. Tenían trabajo y, pese a que la sombra de su hermano Paul aún planeaba sobre ellos, la verdad es que lo estaban consiguiendo más por méritos propios que por otra cosa.  

Lo primero que hizo fue pillar un taxi y pedir que le llevaran al hotel donde tenía la reserva hecha, a la espera de que llegaran el resto de los integrantes del grupo al día siguiente. Él había decidido ir un día antes para aprovechar y ver a sus hermanos. Ya hacía tiempo que no sabía de ellos más que por teléfono y lo cierto era que tenía ganas de volverlos a ver, tanto a Paul como a Chris.

Sin ni siquiera preocuparse por deshacer la maleta, Mike dejó sus cosas en su habitación y salió de nuevo a la calle. Tenía una parada de metro muy cerca, así que no se molestó en pararse a buscar un taxi y se encaminó hacia allí. No tenía ni idea de a quién visitar primero, si a Chris o a Paul, pero eso le daba igual. Dependiendo de qué línea de metro pasara por allí y de dónde le dejara más cerca, visitaría al uno o al otro.

Compró su billete para todo el día y se paró ante el mapa de la línea. Al parecer, aquella parada era de la Central Line, la misma línea que tenía una parada no demasiado lejos de donde Chris vivía ahora con John en pleno centro de Londres. Con todo esto, estaba claro a quién iría a ver primero.

Subió en el primer tren que pasó y permaneció de pie las cuatro paradas que le separaban de la de Christine. No había ni un mísero sitio en todo el vagón y la verdad era que se estaba demasiado agobiado allí dentro. A fin de cuentas, era hora punta y era completamente normal aquella aglomeración de gente, aunque para sus adentros Mike decidió pillar un taxi para ir después hasta Cavendish Avenue.

Entre el mogollón de gente que bajó en aquella misma parada, Mike salió de nuevo a la calle y empezó a caminar. Estaba comenzando a lloviznar y hacía muchísimo frío, por lo que el breve trayecto hasta el piso de John se le hizo poco menos que interminable. Entró en la finca rápido, sintiendo como seguramente tenía las orejas y la nariz rojas a causa del frío.

-Disculpe, señor... ¿Puedo ayudarle?

Mike se volvió hacia el portero, que lo miraba curioso.

-Vengo a visitar a mi hermana.

-Si me dice el número de casa, puedo llamarle desde aquí y decirle que ha llegado.

-No creo que sea necesario.-le respondió Mike esbozando una sonrisa inocente.-Ya subo yo, estese tranquilo.

Y sin ni siquiera esperarse a que el portero pudiera decir nada más, Mike se encaminó escaleras arriba. Odiaba toda aquella parafernalia de los porteros. A veces creían que eran los dueños del castillo y aquello lo exasperaba.

Después de subir los peldaños de las escaleras de dos en dos, llegó al primer piso, se plantó con dos grandes zancadas ante la puerta de John y llamó al timbre. No tardó demasiado en abrir la puerta una señora ya entrada en años y de aspecto afable. Evidentemente era la asistenta de Lennon.

-Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle?

-Buenos días.-respondió él amablemente.-Soy Mike McCartney, el hermano de Chris. ¿Está ella en casa?

-Un momento, por favor...-dijo la mujer a la vez que entornaba la puerta y se adentraba de nuevo en el piso.

Aquello molestó a Mike. ¿Qué tenía que hacer para ver a su hermana? ¿Pedir audiencia o algo por el estilo? ¿Tanto costaba contestarle si estaba o no en casa y llamarla? Estaba metido en todas aquellas divagaciones cuando de repente la puerta se abrió de nuevo. Ni siquiera le dio tiempo a verla, pues se abalanzó directamente sobre él.

-¡Mikey!-exclamó agarrándose a su cuello.

-¡Hola, Christie!-saludó él a su vez divertido.-¿Qué tal?

-Bien...

La chica se separó de él y le dedicó una inmensa sonrisa. Mike se la devolvió pero, de repente, notó algo raro en ella. Volvió a mirarla con detenimiento. Tenía las pupilas muy dilatadas y una expresión ida que ella jamás había tenido.

-Chris...-masculló Mike cuando entendió qué le pasaba a su hermana.-¿Te has metido algo?

Por toda respuesta, ella soltó una risita y lo agarró de la mano, obligándolo a entrar dentro del piso. Después, cerró la puerta de nuevo.

-Quizá sí que me haya metido alguna cosilla...-sonrió.-Pero da igual, me siento bien. Y más ahora con la visita.

Mike frunció el ceño. Aquello no le gustaba en absoluto, aunque no contestó nada y se dejó guiar por su hermana hasta el comedor.

-Mira quién ha venido...-dijo John en voz baja cuando lo vio entrar en la estancia.-Hola, cuñado.

Esbozando una sonrisilla falsa, Mike le devolvió el saludo y aceptó la invitación de sentarse con ellos. John parecía haberse metido exactamente lo mismo que su hermana. Sin duda, los dos iban completamente colocados y no de marihuana, precisamente.

-¿Te quedas a comer?-preguntó Chris.-Dot estaba haciendo algo que no sé lo que es, pero huele de maravilla.

-No creo... Quiero ir también a ver a Paul antes de esta tarde.

-Entiendo...-contestó ella.-¿Una cerveza?

-Tampoco...

-Joder, Mike, tú visita me saldrá barata.-rió John por lo bajo.

-Es que no puedo alargarme mucho, tengo un poco de prisa.-respondió él incómodo. Lo cierto era que no le apetecía para nada estar allí viendo como su hermana se había pillado una buena mierda junto con John, al que, por otra parte, ya estaba empezando a tener de nuevo ganas de asesinarle como cuando se enteró de que estaban juntos.

-Bueno...-masculló Chris.-¿Y qué tal todo? ¿Cómo está Angie?

Mike suspiró. Por lo menos, aunque quisiera largarse de allí cuanto antes, debería guardar las formas y mantener aunque sólo fuera una conversación banal. A fin de cuentas, debía de quedar bien con su hermana.

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-¿Me estás diciendo que estaba colocada?-preguntó Paul abriendo los ojos como platos.-¿De buena mañana?

-Sí. Llevaba una mierda que no se aclaraba.-contestó Mike antes de darle un sorbo a su botellín de cerveza.-Y John también estaba igual.

-Lo peor es que encima a esas horas ella debería de haber estado en clase y no allí.-dijo Paul más para sí mismo que otra cosa.-Esta niña...

-A mí me preocupa, Paul.-le cortó Mike.-Está bien, siempre ha sido muy rebelde, pero esto no me gusta... Y además, no era de hierba de lo que iban puestos.

-Me imagino...-masculló Paul de mala gana mirando fijamente hacia adelante.-¿Le has dicho algo?

-¿Para qué? Con lo colocados que iban no hubiera servido de nada...-suspiró Mike.-Aunque la verdad, creo que deberíamos hablar con ella...

-No, tú no digas nada.-dijo Paul con determinación.-Hace nada que os acabáis de reconciliar y no sé yo si esto podría suponer un paso atrás... Mejor déjamelo a mí. Además, si me toca lidiar con John también sé como hacerlo...

-Como quieras... Es curioso, ¿no, Paul? Se supone que nosotros somos los que tendríamos que ser los cabeza loca de la familia y no ellla.

-Yo no sé tú, pero tampoco soy un santo.-rió Paul.-Pero bueno... Creo que tienes razón. Ella es la más pequeña y la verdad es que tampoco me hace mucha gracia ver que comienza a abusar más de la cuenta de determinadas cosas.

-Y todo por culpa de ese maldito Lennon...

-¿Y qué quieres que haga, Mike? Ella lo quiere. Está enganchandísima a él y la última vez que intenté advertirle sobre él acabó peleada conmigo. Yo paso de perderla.

-Bueno, yo ya la perdí una vez.-suspiró Mike.-Y no me apetece volver a hacerlo.

-Exactamente. Así que por ahora, aunque no te guste, deberás empezar a asumir que John y Chris van en el mismo pack. 

-Supongo que sí... En fin... No hablemos más de esto, me pone mal cuerpo... Dime, Paul... ¿y tú cómo estás después de lo de Penny?

-Mejor, Mike, gracias.-sonrió él-La verdad es que al principio no me hacía a la idea, pero ahora... Ahora ya lo tengo completamente asumido.

-Quizá sea mejor así.

-Tal vez...-respondió Paul.-De todas maneras, lo importante es que ya está pasado y superado.

-No tienes ni idea de cuánto me alegra oír eso. No me apetecía verte otra vez en el hoyo, tío.-sonrió Mike.

-No más hoyos, Mike. De eso puedes estar seguro.

-Así se habla, cabronazo.

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George y ella estaban tumbados en el sofá, tranquilos, disfrutando del simple hecho de estar en casa un día lluvioso y frío como aquel mientras charlaban de sus cosas. Gwen no podía estar pasándolo mejor. Y es que, de cuando en cuando, George soltaba alguna broma o algún comentario que la hacía soltar inmensas carcajadas como nunca antes nadie lo había hecho.

-Disculpen...

La voz de la asistenta, hizo que los dos se volvieran hacia ella.

-Yo ya he terminado con mis cosas. Tienen la cena en la cocina.-dijo.-Si no necesitan nada más...

-No, tranquila.-le contestó George.-Puede irse a casa cuando quieras.

-Gracias, señor Harrison.

-Por cierto...¿Quiere que le acompañe? Está lloviendo mucho y...

-No, tranquilo. Mi hijo debe estar esperándome con el coche.

-Está bien, como quiera.

-Buenas noches.-se despidió la mujer.-Por cierto, tienen el correo encima del mueble de la entrada.

-Gracias. Y buenas noches.

La mujer salió de allí tan silenciosa como había llegado y, al cabo de unos segundos, George se puso en pie

-¿Dónde vas?-se extrañó Gwen.

-A por el correo.-respondió él ya saliendo del comedor.

-Menudas prisas...-rió ella.-¿Esperas la carta de alguna amante o algo por el estilo?

George dijo algo que Gwen no llegó a entender muy bien y volvió a entrar en el salón con un montoncillo de sobres en la mano.

-Mira, Gwen.-le dijo él divertido blandiendo cuatro sobres delante de ella.-Mi amante se llama Banco de Inglaterra.

-No creo que deba ponerme celosa por esa amante...-le siguió Gwen la broma.

-La que sí parece que tengas una amante eres tú, ¿eh?-dijo el chico tendiéndole un sobre.-Sin remitente ni nada... 

-¿Cómo?-se extrañó Gwen mientras agarraba aquello. Normalmente nadie, excepto su familia, le escribía cartas y, obviamente, ellos siempre ponían un remitente. Aquello era, sin duda, muy extraño.

-Ábrelo y veremos de quién es. Igual tienes algún admirador secreto y...

-Cállate, Harrison.-le ordenó ella divertida e intrigada a la vez que abría el sobre y desplegaba una carta pulcramente doblada.-Veamos qué es esto...

Y sin ni siquiera hacer caso al otro comentario jocoso que hizo George, Gwen empezó a leer aquella carta. No era muy larga, no, pero lo que había allí escrito era tan directo e inverosímil que la dejó sin palabras.

-¿Qué pasa?-preguntó George cuando vio la cara que se le había quedado cuando acabó de leer.-¿De quién es?

-Es de Yoko Ono, George...-masculló ella con un hilillo de voz.-Me ha propuesto que la ayude a montar la siguiente exposición que hará aquí en Londres...

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Paul descolgó el teléfono, marcó el número y espero paciente a que alguien respondiera.

-¿Sí?

El chico sonrió quizá con algo de alivio. El hecho de que su hermana hubiera contestado al teléfono en lugar de John le allanaba bastante el camino.

-Hola enana, ¿qué tal?

-¡Gusano! Hola.-respondió ella feliz. A juzgar por su voz, el colocón del que le había hablado Mike ya se le había pasado.-¿A qué se debe este honor?

-¿Es que no puedo llamar a mi hermana cuando me dé la gana?

-Por supuesto que sí, idiota.-rió ella.-¿Qué tal?

-Bien. Ha venido Mike a verme, ¿sabes?

-Sí, supongo. Antes ha pasado por aquí. No se ha quedado mucho... Estaba un poco rarillo, la verdad...

-¿Un poco rarillo? ¿Mike?

-Sí, eso he dicho.

Paul soltó un suspiro y sopesó las palabras que debía usar. No quería meter la pata y, conociendo el carácter de Chris, aquello era sumamente fácil.

-Oye, Christie...-empezó a decir.-¿No te has parado a pensar por qué razón estaba raro?

-¿Qué quieres decir?

-Que quizá él no fuera el que estaba raro, Chris.-le soltó Paul, casi de sopetón.-Está preocupado por ti. Y yo también.

La chica calló durante unos instantes.

-Oye... ¿De qué coño me estás hablando?-preguntó al fin, a la defensiva.

-Te estoy hablando del colocón que llevabas esta mañana.-le contestó él molesto por el tono de voz que su hermana acababa de emplear con él.-Te estoy hablando de que en lugar de estar en la Universidad que es donde tienes que estar, te pasas todas las mañanas metiéndote Dios sabe lo qué junto con John. De eso es de lo que te estoy hablando.

-Oh, Paul... No empieces. Tú precisamente eres el menos indicado para dar a nadie clases de moralidad, ¿sabes? ¿O hace falta que te recuerde de tus excesos en todos los sentidos?

-¿Cuánto tiempo hace que no pisas clase?-preguntó él a bocajarro haciendo caso omiso de lo que su hermana le acababa de decir.

-Semanas, pero eso no va contigo, Paul. Así que no te metas.

-Perfecto... Espera, compraré palomitas de maíz y pillaré asiento en la butaca para asistir al espectáculo de ver como mi hermana tira su vida por la borda.

-Mira, Paul, si sigues así no voy a tener más remedio que colgarte...

-Ni se te ocurra hacerme eso, ¿entiendes?

-¿Ah, sí? ¿Y qué me harás si lo hago?

-Deja de vacilarme, Christine.-le cortó él.-¿Qué coño te habías metido esta mañana?

-Algo que una nenaza como tú ni siquiera es capaz de atreverse a probar.-le contestó ella con firmeza.-Y ahora, Paul, te tengo que dejar. Tengo cosas más importantes que hacer que estar aquí aguantando tus interrogatorios de pacotilla. 

Y así, sin más, Chris colgó el teléfono. Paul bufó y dejó el también el auricular del teléfono con fuerza sobre su sitio. Perfecto. Ahora tenía la confirmación de que su hermana pequeña también se metía ácido. Aquello era de lo más exasperante.




Holaaa! Pues bueno, hasta aquí llego hoy. Espero que os haya gustado y todas esas cosas. Yo disfruté escribiéndolo, no sé por qué, pero lo hice. Bueno, como sabéis mañana es el cumple del GENIO así que, desde aquí, le deseo, esté donde esté, un feliz 72 cumpleaños. Y es que, la gente como él jamás deja de cumplir años, aunque ya no esté aquí físicamente. Espero que todos los buenos deseos que seguro tod@s le mandamos le lleguen y le hagan sentirse bien porque, de eso no cabe duda, se lo merece mucho.

Y en fin, que como siempre, gracias por los comentarios y por leer (me hizo mucha gracia eso de que los comentaristas son los de los deportes, jajajaja)

Muchos besos y pasadlo en grande!